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Tres hermanos llegan a la casa de su madre para desarmarla luego de su muerte. Los recuerdos están en cada rincón, en cada objeto y en cada momento que han pasado allí. Resulta difícil poner el dolor en palabras, el silencio a veces es la única respuesta.

El placer, la obra de teatro dirigida por Jorge Eiro, pone en escena principalmente la dificultad de nombrar la muerte y las complejidades de los vínculos familiares. Cuando el dolor lo inunda todo, las palabras no salen. Cuando no se puede hablar de lo que hay que hablar, las conversaciones redundan en discusiones absurdas y en silencios incómodos. Y en ese discurrir, los vínculos siempre tan complejos. La infancia compartida aparece como un espejo de lo que ya no son, de lo que ya no puede recuperarse, de lo que alguna vez pudo haber sido y no fue. El elenco está integrado por Sol Fernández López, Zoilo Garcés, Cristian Jensen y Juana Rozas.

Las frustraciones, los sueños no cumplidos, las expectativas sobre la propia vida y el no saber qué camino tomar aparecen en el texto de la obra. Un texto que reconstruye esa dificultad de hablar y de relacionarse a partir de conversaciones no terminadas, de silencios y de discusiones sin sentido. La dramaturgia apela a la imposibilidad de comunicarse que muchas veces atraviesa a las familias, por la cual las personas evitan hablar de lo que duele y se refugian en trivialidades o en chistes malos. Precisamente por eso es que el espectador se puede sentir identificado y hasta reírse de sí mismo. El duelo que implica toda pérdida a veces hace que las personas recurran a toda una serie de artilugios para evitar nombrar eso que duele.

La casa en cuestión está en la costa argentina y fue el escenario de muchas vacaciones familiares. El recuerdo de esos veranos de la infancia, donde los horizontes eran siempre prometedores, ahora parecen pura ficción. Los vínculos entre estos hermanos son particulares, como todos los vínculos. La distancia generacional se nota desde el comienzo, como así también la certeza de que, en realidad, no se conocen. El acontecimiento que los reúne ahora podrá ser una ocasión para empezar a entablar un verdadero vínculo. Si es que pueden, claro.

El título de la obra habla del placer, algo que en este escenario parece indefectiblemente perdido en una intimidad cotidiana opaca, donde los personajes no saben cómo vincularse y donde las ausencias se hacen cada vez más presentes. Encuentros y desencuentros, gritos y silencios, presencias y ausencias, amor y desamor: todo esto está presente en los diálogos y en los cuerpos de los actores.

Momento doloroso si los hay el de desarmar un espacio que perteneció a alguien que murió. Más difícil aún cuando ese lugar fue, alguna vez, sinónimo de felicidad y de libertad. La nostalgia nubla la mirada y las personas pueden acercarse o, por el contrario, alejarse cada vez un poco más. Momento doloroso pero necesario, al mismo tiempo, para cerrar un proceso y comenzar una nueva etapa. Momento en que hay que agradecer y soltar.

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