Por Agata Codeseira y Noelia Di Lemme, Licenciadas en Comunicación Social y docentes en escuelas secundarias de Mar del Plata y Gran Buenos Aires.
Lunes a la mañana, otra semana dedicada a la planificación de actividades virtuales, a la organización de videollamadas y a las correcciones de trabajos que recibo de modo electrónico. Si hace tres meses atrás alguien me hubiera dicho que iba a estar explicando a Foucault con videos animados me hubiese reído a carcajadas, pero la suspensión de las clases presenciales nos obligó a recurrir a estrategias inimaginadas.
Para la presentación de una nueva clase semanal – y digo una porque algunos docentes tenemos a nuestro cargo muchas materias-, destino aproximadamente entre cuatro y siete horas de cada día. Primero selecciono los contenidos prioritarios para mis estudiantes. Luego pienso e indago de qué forma y con qué recursos se pueden explicar esos conceptos. Pero la cuestión no termina ahí.
Una vez que decido cómo presentar el tema, debo producir la clase y, a la hora de producir ya no alcanza con hacer un powerpoint, hace falta pensar con qué herramientas los vamos a interpelar en un mundo virtual donde la imagen parece ser todo. Las clases no pueden reducirse a la lectura de un texto y la realización de una simple guía de preguntas. Eso, los jóvenes, pueden hacerlo solos. Sin embargo, si ese texto lo convertimos en una infografía dinámica o en un video animado y pensamos en pedirles que realicen una actividad en la que den cuenta de los contenidos, ya no haciendo copy-paste, sino produciendo materiales propios que puedan dar cuenta de la apropiación crítica de esos temas, todo parece más atractivo.
Cuando termino de pensar y analizar todas estas posibilidades, el sol se esconde nuevamente dando paso a la oscuridad de cada noche, y aún no pude hacer la infografía y mucho menos redactar las consignas para la actividad. Mañana sigo, digo autoconvenciéndome de que no queda mucho más por hacer. Es mejor si me pongo a responder los mensajes de los chicos. Me acuesto imaginando ejercicios hipotéticos y las reacciones de los estudiantes cuando se enteren de lo que tienen que hacer.
Es martes y yo sigo aquí en mi casa de Palomar, otro día de planificación, corrección y organización virtual. Se parece mucho al día de ayer, pero hoy ya no debo pensar en cómo armar una clase, sino tres que deben estar publicadas en el classroom institucional para el miércoles. La emoción del lunes se esfuma en cada minuto que me detengo a pensar, a esta altura de la cuarentena no me quedan nuevas ideas. Me angustio, me autoflagelo asumiendo mi incapacidad creativa y repienso “¿cuándo se me ocurrió dedicarme a la docencia?”.
Me vibra el celular y leo un mensaje de Agata, colega y amiga, la imagino escribiendo el mensaje mientras observa las olas golpear contra la arena en la ventosa ciudad de Mar del Plata.
Aquí estoy, mirando el mar. Soy Ágata Codeseira, mucho gusto. Me mudé a esta ciudad en enero de 2020, dejando atrás el caos porteño. A fines de febrero pude tomar mis primeras horas en una escuela de Punta Mogotes. El 16 de marzo se suspendieron las clases presenciales y ahí comenzó la aventura. De los cuatro cursos que me asignaron hubo dos que no llegué ni siquiera a conocer, surgió la primera pregunta, ¿cómo planificar actividades para estudiantes con los que no tuve contacto o solo vi una vez? Comencé por realizar pequeños trabajos de presentación, para que me cuenten sobre sus vidas e intereses y así indagar sobre distintos saberes previos. La segunda etapa consistió en realizar planificaciones, pero ya no más anuales, sino semanales, viendo y probando distintos recursos, observando cuántos estudiantes participan y entregan las actividades. En medio de dicho escenario, aparecieron las clases virtuales y la organización de las videollamadas. Y así continúo hoy. Los obstáculos se sortean a diario, pero con la ayuda y asistencia de mi colega (y amiga) Noelia. A diario intercambiamos mensajes para hacerle frente a esta nueva modalidad que llegó para ¿quedarse? Compartimos recursos y nos damos asistencia para el uso de éstos. Intercambiamos experiencias y nos apoyamos la una en la otra, nos contenemos emocionalmente, nos acompañamos.
Sin dudas, la mención al mejor recurso se lo lleva Internet en todo su esplendor. Gracias al avance de esta red de redes es que se pudo dar curso a esta nueva modalidad de clases no presenciales. Y, sobre todo, es gracias a este instrumento que traspasa tiempos y fronteras que puedo dialogar a diario con mi compañera. El mensaje de hoy dice, “Noe, ¿cómo estás? ¿Cómo va a ser el tema de la evaluación en las escuelas en las que estás trabajando?” Y ahí comenzamos nuestro intercambio. Desde el Ministerio de Educación llegó un comunicado que le indica a las autoridades de los colegios que la evaluación numérica se deja a un lado y que deben contemplarse otros modos de llevar a cabo la misma. ¿Qué hacer? Nuevamente la nueva modalidad nos interpela. ¿Cómo evaluamos a aquellos estudiantes que no resolvieron ninguna actividad o que no han demostrado participación desde ninguno de los ámbitos propuestos?
¿Qué hacer? Esa es la pregunta que tiene miles de respuestas. “Cada escuela está armando su rúbrica. Algunas hacen foco en la posibilidad de conexión, otras en la cantidad de trabajos entregados o en la predisposición de los estudiantes. Pero, más allá de esto, hay que armar un informe individual para comunicarles a las familias”, le respondo a Agata. A su vez, yo llevo mi propio registro, si bien hay estudiantes que no tuve de manera presencial también hay otros que ya conozco, comprendo cómo trabajan y estoy al tanto de sus situaciones particulares. No se nos puede escapar nada. Hoy, más que nunca, cada escuela, cada alumno y cada hogar dan cuenta de la singularidad con la que se peregrina esta pandemia.
La diversidad de formatos, propuestas y criterios para evaluar el trimestre, y hasta en algunos casos el cuatrimestre, confirma lo intempestivo de esta situación. No hay precisión de cuándo y cómo vamos a regresar al formato tradicional de escolarización, y digo regresar ya que nunca hemos dejado de trabajar con y para los jóvenes. Todo es incierto para ellos como, también, lo es para nosotros que no tenemos una respuesta para brindarles. Nosotros, los docentes, que solemos ser su fuente de confianza cuando necesitan despejar inquietudes.
Es viernes y todavía seguimos completando planillas. No queremos pasar otro fin de semana frente a una hoja de excel realizando una evaluación cualitativa. Ya bien, ambas sabemos que la semana que viene nos van a pedir algo nuevo porque, en educación, todo suele resolverse sobre la marcha y nada parece estar planificado.
La crisis pandémica ha dejado al descubierto la brecha digital, reflejada tanto en la accesibilidad como en el manejo de las TIC por parte de los estudiantes, docentes y directivos. Dejó de ser un tema secundario y pasó a ser parte de la agenda actual. Es necesario que toda la comunidad educativa, y en ella incluimos al Estado, se comprometa en llevar a cabo un plan integral de alfabetización multimedial que acorte las distancias que existen en cuanto al acceso y el manejo de las TIC.