«Trópico del plata», la fuerza escénica en toda su potencia

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Declarada de Interés Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y con la Primera Mención de Honor en los Premios Artei, Trópico del Plata va por la quinta temporada. Tuvo funciones el mes pasado en El Kafka Espacio Teatral como preludio a su gira por Europa, donde se presentarán cuatro funciones del 16 al 19 de noviembre, en el Teatro do Bairro de Lisboa, Portugal y los días 25 y 26 en Madrid en El Umbral de Primavera.

Una de las potencialidades de toda pieza teatral, como de toda obra artística en general, es la posibilidad de resignificación. Transcurre el tiempo, cambian los contextos, aparecen nuevas interpretaciones y sentidos distintos. La obra no está aislada sino que se inserta en una coyuntura social, política y cultural. Más allá de todo esto, cuando el espectador ve una obra como Trópico del Plata por segunda vez, sale con la misma sensación que experimentó en la primera: un cachetazo, una punzada certera que penetra en lo más hondo, después de la cual algo se modifica. Es que Trópico del Plata tiene la fuerza y la potencia suficiente para movilizarnos, ponernos incómodos, cuestionarnos y sentir que las cosas que creíamos tan definidas, tal vez no lo son tanto. ¿Cuáles son los límites? ¿Hasta dónde se pueden sostener ciertas situaciones? ¿Las máscaras que solemos llevar nos ocultan o, por el contrario, nos muestran tal cual somos? ¿En qué momento esa máscara se incrusta por completo en nuestro ser?

Una mujer espera todas las noches la llegada de un hombre al que ama. Pero él no viene sólo, llega acompañado de un sinnúmero de personas, los invitados a lo que él denomina “El baile de los enmascarados”, especie de bacanal donde el requisito es concurrir disfrazado. El disfraz de ella será cuidadosamente pensado y elaborado por él hasta que nada quede de la original, hasta desdibujar su identidad. La piel blanqueada, los labios magenta, el vestido con lentejuelas, la peluca rubia y los zapatos de taco harán de aquella muchacha de provincia una caricatura de sí misma. Para complacerlo, deberá “atender” a todos los invitados, situación cuyo único objetivo será el posterior placer de él.

El primer tópico que nos dispara la obra es una situación de trata. Pero, más allá o a pesar de, existe un vínculo amoroso. De pronto, un sinnúmero de preguntas nos asaltan. Uno podría tomar distancia y transpolar esa relación desigual de poder a un ámbito más cotidiano. Cuántas mujeres se ven obligadas a hacer aquello que no desean en el marco de relaciones violentas. Cuántas dejan de hacer lo que quieren por temor, cuántas se alejan de sus vínculos subyugadas por un otro. Cuántas pierden su libertad sin darse cuenta porque los mecanismos de la violencia a veces pueden ser muy sutiles. Frases, palabras, gestos y miradas aparentemente inocentes que se van colando en las situaciones más habituales y terminan por coaccionar, cosificar y dominar.

El año también pasado escribí sobre Trópico del plata, cuando la vi por primera vez, y todavía le encuentro otras significaciones y me habilita preguntas distintas. Capa tras capa la obra es absolutamente rica en expresividad y también en las temáticas que la atraviesan: violencia de género, relaciones de poder, la hipocresía de la sociedad que tolera en silencio aquello mismo que la escandaliza, el abuso físico y emocional, el sometimiento, la manipulación, y el amor también, ese que enmascara tantas violencias simbólicas y físicas. Laura Nevole es quien le da vida a ambos personajes sin escatimar cuerpo ni destreza física y vocal. Con un trabajo minucioso, cuidado hasta el mínimo detalle, entre la inocencia y la perplejidad, construye a esta mujer que tiene voz propia pero que al mismo tiempo es hablada por un otro que la confisca y la disfraza. El texto de Rubén Sabadini, el gran trabajo de la actriz y la puesta centrada en la actuación como principal fuerza escénica, configuran, en conjunto, una obra compleja con una potencia arrolladora y cuestionadora.

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