«El arte es la posibilidad de auto-transformación y transformación de los demás»

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Alejandro Sly es filósofo, dramaturgo, director de teatro, docente universitario y artista plástico. En diálogo con Sobre Tiza, nos contó acerca de su amplio recorrido, reflexionamos sobre el vínculo ente el teatro y la filosofía y hablamos sobre su última obra “El circo del más acá”, que puede verse los viernes a las 23 en el Teatro Brilla Cordelia

Si bien la filosofía marcó su camino, no fue su primera carrera. Antes, estudió Comunicación Social en la Universidad del Salvador y, paralelamente, hizo un año y medio de Bellas Artes en el IUNA. Es que su primera vacación fue la plástica pero en ese entonces no era una carrera prometedora según la mirada de una familia burguesa de clase media. Por eso terminó por elegir la carrera de comunicación. Sin embargo, su búsqueda artística continuó, lo que lo llevó a tomar clases con el pintor Isaías Nougués, con quien conversaba sobre sus propias producciones. “Era una suerte de clase sobre filosofía del arte”, dice. Así, fue acercándose a la filosofía. Si bien terminó la carrera de Comunicación, no le interesaba ejercerla, su convencimiento de no disponer de la creatividad al servicio de un producto fue más fuerte. Para ese entonces descubrió que le interesaba la docencia, a la cual veía como una profesión “muy digna y noble”. Al mismo tiempo, escribía cuentos y recuerda que la filosofía le brindó muchas herramientas para escribir. “A mayor profundidad de pregunta, tendrá que haber mayor profundidad de arte”, pensaba en esos tiempos.

¿Cómo fue el salto a la dramaturgia?

Me llegó casi sin quererlo. Estaba en quinto año de filosofía y yo ya venía escribiendo desde los 20 años poemas y cuentos cortos. Había intentado escribir una novela pero me aburría, me di cuenta de que tenia que tener el esqueleto de antemano. Un día, un amigo filósofo, que es más académico que yo, me dijo que le gustaría correrse un poco de la academia y encontrar un cauce más artístico. Entonces le dije que hiciera teatro. Pero él no se animaba, entonces le dije que co-escribamos algo. Yo empiezo, te mando una página y vos seguís, como una suerte de partido de tenis. Esa era la idea. Como un cadáver exquisito. En el fondo, era que yo quería hacer teatro. Yo quise incentivar la dramaturgia en él, como a modo de transferencia porque yo quería ser dramaturgo. Le envié dos páginas, pasaron dos meses y no me mandaba nada y al final me dijo que no. Y yo seguí con esa obra que terminó por tener cien páginas. Y me sentí muy cómodo porque podía hacer converger mi parte plástica. Me imaginaba todo mientras escribía, estaba el manejo del espacio en la misma escritura, podía incluir poemas, era dialógico, y a mí no me gustaba esa cosa descriptiva de la novela. Podía poner música también. Encontré que en el teatro podía hacer converger casi todo. Y me sentí comodísimo. Era mi primera obra, no tenía experiencia. Fui aprendiendo con el oficio de corregirme. Me fui haciendo y hoy en día cuando comienzo a escribir me siento mucho más cómodo. Era una obra en clave onírica, surrealista, trabajaba mucho el tema de los sueños. Aunque luego le saqué cuarenta páginas, el texto siguió quedando largo. Ahí la contacté a Mónica Maffía y ella me dijo que era imposible, iba a durar 3 horas. Tuve que fragmentarla. La dividí en dos. Y quedó en 2015 “Sueños y acantilados” y en 2016 “De tierra y sueños”.

¿Y cómo apareció la idea de “El circo de más acá?

La escribí sobre una escena de la segunda obra. Por un lado, “El circo del más acá” aparece nombrado en la primera obra. Ahí nació el título. Pero el payaso estaba en la segunda obra. Y surgió en un ensayo que cada vez que el actor se colocaba la nariz cambiaba su voz, su postura, etc. Se me ocurrió entonces trabajar la cuestión filosófica de lo uno y lo múltiple. La unidad y la multiplicidad desde lo existencial y lo identitario. Esta obra toma más el humor como recurso. Y esa idea de lo uno y lo múltiple la cifré en los colores primarios: rojo, amarillo y azul. La idea de la obra es un devenir existencial donde este payaso va transitando las narices que encuentra en una valija vieja. Y en ese estado de alteración de la consciencia él encuentra cosas. Y reflexiona sobre lo que le pasó. Lo rojo aparece como lo sexual y lo erótico. Lo azul como la melancolía, lo místico y la hipersensibilidad. Lo amarilla es la jovialidad. Es un unipersonal pero esta lleno de matices. Hay una transformación del personaje al final.

«El circo de más acá»

¿Qué cruce encontrás entre el teatro y la filosofía?

Se vinculan complementándose. El arte nunca va a ser filosofía y la filosofía nunca va a ser arte. Se complementan. El teatro no deja de pertenecer a la dinámica propia del arte escénico pero se puede nutrir de la filosofía. El arte es la posibilidad de autotransformación y de transformación de los demás. La política puede ir a través del arte.

También puede pensarse que todo arte es político.

Sí, hay muchos pensadores que dicen que detrás de todo arte hay ideología. No me convence esa idea. Yo creo que hay una visión antropológica y cosmológica. Me parece que antes de la visión política hay un entendimiento del ser humano y un ordenamiento de la realidad. Pero para mí eso es previo a la política. La política es la praxis de eso, llevarlo a cabo. Hay una dialéctica en realidad. Es el dilema del huevo y la gallina. La visión del ser humano, cómo se va constituyendo, es un poco más pregnante. De todos modos es algo que lo sigo pensando. La política se nutre del arte y de la filosofía. Todos van dialogando. La pregunta es si hay algo que es más preponderante que lo demás. Y uno termina tomando una postura. Creo que hay una ontología y no es sinónimo de política. Esa es mi postura para no caer en el relativismo.

¿Sos de cuestionarte mucho?

Sí, lo que lleva a la infelicidad. Es paradójico. El hecho de estar dando cuenta todo el tiempo de lo que pasa. La filosofía fomenta ese ejercicio crítico. Con el arte intento alejarme un poco de eso para no caer en una hiper-consciencia de las cosas.

¿El arte aparece como una forma de escape?

Sí. es una forma de correrse, de dejarse llevar, no estar dando cuenta de todo. Yo no quiero ser filósofo de la obra que escribí. Pero cuando dirijo lo tengo que hacer. Estoy interpretándome a mí, por eso soy muy abierto. Todos opinan. El actor, el asistente. Yo escucho. Si yo solo me interpreto a mí mismo no voy por un buen camino.

Y en esa interacción con otros la obra se enriquece muchísimo.

Sí. el texto cobra vida y ya no es el texto sino la obra entera, que implica la puesta en escena, las luces, la música, etc. Si bien la obra es un unipersonal, el actor interactúa con varios interlocutores, uno es el público, pero en otros momentos habla con otros personajes del circo que no están físicamente y el público debe reponerlos. Las réplicas del otro están en la música, en el temperamento musical. Hicimos una exploración gestual, vocal, de postura. Conviven muchos personajes en el fondo. El otro esta presente.

¿Qué encontrás en la dramaturgia que no encontrás en la filosofía?

Un montón de cosas. Algo vivo. La filosofía hoy en día se transformó en un estudio filológico de la historia de la filosofía. Casi que es una disciplina de museo. Casi todos los filósofos hacen una historia de los grandes pensadores, de Kant, Hegel, Platón, etc. En el arte hay mucha más vitalidad. Otra cosa que me da el teatro es que me permite trabajar con gente. Porque estoy acostumbrado a trabajar en soledad. El dibujo, la escritura, la plástica son actividades solitarias. Acá puedo trabajar con otras personas

¿Qué relación encontrás entre la docencia y la dirección?

Mucha. El hecho de dar clases me enseño a manejar grupos. Siendo docente seguimos teniendo la dinámica escolástica donde el docente es la autoridad y sigue siendo así en general. Hay que saber empatizar con los alumnos. Di clases en diversas universidades y me encontré con diferentes perfiles de alumnos y distintos grupos etarios. Hay una gran ligazón entre la dirección y la docencia y siempre traté de ser lo mas paternalista posible.

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