Por Camilla Till, maestra de primaria y maestranda en educación en la Universidad de San Andrés.
Grupos de Whatsapp, videos en TikTok y múltiples plataformas más que difunden e alientan ideas y acciones perjudiciales para la salud de niñas y niños adolescentes. Los impulsan a bajar de peso, cortar calorías y hacer “carreras de kilos”. Esto es sólo una fracción de lo que hoy en día sucede en Argentina. Se estima que alrededor del 25% de los adolescentes en el país padecen algún Trastorno de Conducta Alimentaria (TCA). Se entiende que éstos trastornos pueden ser causados por motivos diversos como alteraciones neuroquímicas, obsesión por bajar de peso, genética, dinámicas familiares, presiones sociales, entre otros. Como educadora me pregunto, ¿qué rol puede ocupar la escuela y los docentes frente a esta problemática actual de la sociedad? ¿Cómo se puede afrontar?
Hace unos años, trabajando como maestra, me encontré con un grupo de padres los cuales se oponían a las horas otorgadas a la educación emocional. Argumentaban que ya habían suficientes espacios “recreativos” y que sería quitarle horas de estudio a las disciplinas troncales como la matemática y lengua. Cuestionaban la alfabetización de sus propios hijos y su nivel académico. Por este lado se entiende y se puede empatizar con el razonamiento. Aun así, ¿cómo pretenden aquellos que defienden este argumento que los niños y adolescentes aprendan de manera efectiva si su salud mental se encuentra perjudicada?
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Incluir la salud cuerpo-mente en la agenda escolar no es un lujo, sino una necesidad. Los niños pasan una gran parte de su tiempo en la escuela, por lo que lo convierte en un ámbito de gran influencia en su desarrollo integral. La escuela se ve atravesada no sólo por problemáticas educativas, sino también sociales y personales de cada alumno. Abordar esa diversidad exige a las escuelas y docentes contemplar que la educación no se acaba en el currículum y los contenidos obligatorios, sino que además es clave integrar cuestiones como la alimentación, el bienestar y la salud.
¿Cómo prevenir los TCA desde la escuela? ¿Cómo cambiar la enseñanza?
En primer lugar, que las instituciones educativas reconozcan las necesidades de la vida contemporánea de sus alumnos como punto de partida para realizar cambios y plantear objetivos transversales de aprendizaje. Cada institución educativa podrá reevaluar su currículo para pensar de qué modo se puede integrar estas necesidades en determinados contenidos y disciplinas a lo largo de toda la trayectoria escolar de sus alumnos. Digo toda la trayectoria ya que el aprendizaje requiere tiempo y múltiples conexiones que trasciendan las paredes del aula.
En segundo lugar, sugiero buscar la integración de dichos objetivos desde una temprana edad y principalmente en las áreas como Ciencias Naturales y Educación Física. ¿Por qué? Dentro de la disciplina de Ciencias Naturales, se enseña a los niños desde que son pequeños, contenidos relacionados al conocimiento del cuerpo humano como los diferentes sistemas y partes del cuerpo, la alimentación y nutrición, la importancia de la actividad física, los cambios que ocurrirán en su cuerpo durante la pubertad, entre otros. La enseñanza de estos contenidos puede permitir que los niños aprendan a gestionar su salud de manera autónoma, esencial para su crecimiento y desarrollo. Esto, además, puede ayudar a prevenir comportamientos perjudiciales para su salud, como el sedentarismo o el consumo excesivo de alimentos poco saludables. Estos contenidos asimismo, se complementan con la educación física ya que es en esta última disciplina donde conocen con mayor profundidad las capacidades físicas de su cuerpo, llevándolos a valorarlo más. De aquí un primer acercamiento a cumplir con el objetivo establecido previamente.
Aun así cabe destacar que este objetivo no puede ser logrado únicamente enseñándole a un alumno qué vitaminas brindan las verduras, o enseñándoles que deben realizar actividad física con regularidad sin brindarles algún tipo de sugerencia específica en relación a su cotidianeidad. Por ejemplo, sabemos que la papa contiene carbohidratos que ayudan a proporcionar energía al cuerpo, por lo tanto los alumnos podrían aprender que este es un alimento que los ayudará a realizar diferentes actividades físicas. Si les gusta jugar al fútbol, correr, jugar a la mancha, bailar, etc, sugerirles ingerir algún tipo de carbohidrato un tiempo antes de aquellas actividades. Vincular la utilidad de los alimentos con sus actividades cotidianas. Para generar aprendizajes que se encaminen a alcanzar el objetivo propuesto, es imprescindible que los contenidos curriculares se conecten con las experiencias e intereses de los alumnos, que puedan reflexionar sobre lo aprendido y hacerlo propio.
Por tercer y último lugar, la institución debe reconocer como tarea y responsabilidad la importancia de brindar no sólo capital intelectual y técnico, sino también capital emocional para enseñar a los niños el valor de su cuerpo. Por lo tanto, sugiero la creación de espacios para la educación emocional que permitan a los niños identificar, expresar y gestionar sus emociones.
¿Qué dialogar y trabajar en la educación emocional?
Considero que lo más importante es la autoestima. En la primera etapa escolar de los niños, ellos están formando su autoimagen y su percepción del mundo, lo que tiene un impacto duradero en su desarrollo personal. Centrar la autoestima en lo que el cuerpo puede hacer, sus habilidades y logros (en lugar de cómo se ve), puede promover una relación positiva con uno mismo y contribuye al bienestar físico y emocional. Puede ayudar a los niños a valorar sus capacidades físicas (como correr, saltar, escribir, bailar, etc.) y fortalecer su autoconfianza.
Este año al conversar con mis alumnos en una clase de educación emocional sobre la autoestima, decidí preguntarles al comienzo qué significaba para ellos esta palabra, a lo cual uno respondió “es cómo te querés”. Frente a esta respuesta me quedé sin palabras ya que lo había definido en una oración muy sencilla lo que verdaderamente es la autoestima. Si uno quiere lo que tiene lo cuida, lo valora y lo aprecia, que es exactamente lo que se busca que los alumnos hagan con su propio cuerpo.
Es importante que dentro del aula se asignen horas determinadas para llevar a cabo instancias de reflexión oral o escrito, e intercambio entre pares sobre dichos logros y capacidades del cuerpo. También, reflexionar sobre las diferencias en las capacidades de cada cuerpo, que tiene fortalezas únicas, que puede ayudar a fomentar la aceptación de las diferencias físicas y combatir prejuicios o estereotipos. Finalmente, enseñar a reconocer, gestionar y expresar las emociones puede contribuir a prevenir Trastornos de la Conducta Alimentaria en los estudiantes. Al aprender a comunicar sus emociones, es posible identificar de manera más temprana las señales de esta problemática en alguno de ellos.
La escuela es clave en la prevención de los Trastornos de Conducta Alimentaria al formar a los estudiantes en habilidades emocionales, de autogestión y de autoconocimiento. Integrar y conectar aprendizajes sobre el cuidado del cuerpo, la aceptación corporal y la autoestima puede fomentar un entorno que identifique riesgos y promueva un bienestar en los estudiantes. De esta manera, la escuela se consolida como un agente decisivo en la promoción de la integralidad de los estudiantes y de las futuras generaciones.