Por María del Pilar Ravaioli, maestranda en Educación de Universidad de San Andrés.
«Seño, te quiero tanto como a mi mamá» me dijo un alumno hace unas semanas en un campamento del colegio. Esa frase resonó profundamente en mí, en parte porque suelo criticar la idea de que las maestras deben ser como madres. Yo no soy la mamá de mis alumnos; soy profesora de educación primaria. Pero, al mismo tiempo, ¡cuánto quiero a mis alumnos!
En el ámbito educativo, la frase «las maestras son las segundas mamás» suele generar debate. Esta idea, que cristaliza el afecto en la enseñanza, a veces es cuestionada por considerarse “poco profesional”. Sin embargo, no reconocer la dimensión afectiva como parte esencial del proceso educativo es ignorar una de las bases más importantes para el aprendizaje. ¿Es posible enseñar sin involucrarse afectivamente?
Los chicos pasan casi tantas horas en la escuela como en sus casas, y los docentes tenemos el privilegio y la responsabilidad de acompañarlos en su formación durante, al menos, 13 años de sus vidas. Este tiempo compartido nos involucra, junto con el resto de la comunidad educativa, en el desafío de promover su aprendizaje y crecimiento integral. Aunque las dinámicas escolares pueden estar atravesadas por múltiples desafíos, no podemos perder de vista que lo más importante debe ser, sin dudas, que nuestros alumnos estén bien para aprender más y mejor.
El día a día en el aula cada vez es más desafiante, reflejando las diversas dificultades que están enfrentando las familias y la sociedad en general. Las aulas hoy están atravesadas por diferentes ritmos de aprendizaje, diagnósticos que no terminamos de comprender, muchos problemas de cuestionamiento a la autoridad, algunos episodios de violencia escolar, una infraestructura que deja mucho que desear, estudiantes que no cuentan con los materiales básicos para trabajar, la tecnología que parece amenazar cualquier propuesta pedagógica, etc.
Sin dudas, hoy sabemos que los maestros tenemos posibilidades limitadas de acompañar, de ayudar y, por qué no, de enseñar. Muchas veces tenemos la sensación de que no estamos enseñando, ni asistiendo en las necesidades básicas, ni contando con todas las herramientas que nos gustarían para acompañar a nuestros estudiantes. Sabemos que necesitamos tender redes con otros profesionales y organizaciones para enseñar más y mejor, sabemos que “no lo podemos todo”, pero podemos mucho. Y podemos mucho porque, ante todo, el motor son los estudiantes que están en cada aula.
Todos los días me cuestiono qué hacemos con el privilegio de que los chicos y chicas pasen tanto tiempo en las escuelas: ¿Qué les enseñamos? ¿Cómo? ¿De qué manera? ¿Qué contenido es más importante enseñarles? ¿Enseñamos contenidos, habilidades o valores? ¿A qué va un chico a la escuela? Me cuestiono también para cuántos chicos, a lo largo y a lo ancho del país, el aula será su lugar seguro, su lugar donde ser chicos, donde imaginar(se), donde ser mirados y cuidados…
Los docentes, entre los que me incluyo, muchas veces nos queremos correr del rol maternal u omnipotente que, durante muchos años, se le atribuyó a la tarea de enseñar, para ocupar el rol de profesionales de la educación. Esto conlleva la responsabilidad de una buena formación académica (que empieza, pero no termina con el profesorado), reconocida socialmente como una profesión valiosa que contribuye al desarrollo socioeconómico del país, con un plan de carrera que permita proyectar y propiciar la capacitación de cada uno de los docentes, con salarios que puedan reflejar la responsabilidad y el trabajo realizado, y derechos laborales claros como en cualquier otra profesión.
A pesar de esto (o teniendo en cuenta esto), hoy por hoy, y me animo a decir que desde siempre, ya no alcanza únicamente con contar con buenas estrategias pedagógicas y hacer mejores propuestas didácticas, que, por supuesto, son necesarias y trascendentales en la tarea de enseñar. Estar en un aula hoy implica, sí o sí, poner el corazón. Poner el corazón al momento de mirar a los estudiantes, al momento de pensar en qué herramientas y habilidades les estamos ofreciendo, al momento de entrar cada día al aula, incluso cuando también estamos atravesados por todo lo que sucede en cada una de nuestras aulas.
Ana Abramowski señala: «Parafraseando a Germán García, diríamos que no es sin amor que sucede la educación; es con amor que las transmisiones ocurren y que los encuentros pedagógicos se consuman«. Es necesario mirar con amor a nuestros estudiantes y, con eso, no me refiero a un amor romántico, sentimentalista o maternal. Con mirar con amor me refiero a un amor pedagógico y político en el que prime la garantización de sus derechos, la democratización de la palabra, la confianza para formar un espacio de aprendizaje seguro. Es conocer cuál es el punto de partida de cada estudiante y cómo hacer para expandir sus horizontes, cómo trazar ese camino y cuál es la mejor manera de acompañarlos. Mirar con amor a nuestros estudiantes es saber que, aunque a veces como docentes estemos cansados, frustrados o enojados, vale la pena insistir, poner límites y apostar en ellos.
Una persona que admiro mucho hace casi 200 años ya decía: “No basta querer a los jóvenes, es necesario que se den cuenta de que son queridos”, y considero que esa frase está más vigente que nunca. Los chicos, en todos los niveles, pero especialmente en los obligatorios, necesitan sentirse queridos, mirados y pensados para aprender más y mejor. Sentirse queridos, en el sentido anteriormente mencionado, les permite constituir y legitimar la autoridad porque se sobreentiende que lo que prima es el interés genuino de la docente en el bienestar integral de sus alumnos y que el ejercicio de la autoridad, en esta clave, permite que los alumnos se constituyan integralmente.
En un mundo cada vez más desafiante para la tarea docente, no podemos dejar de lado esto. La enseñanza con amor no es una concesión sentimental; es una elección profesional y política que define el sentido más profundo de nuestra labor educativa. Mirar con amor es comprender tiempos, particularidades, procesos y realidades. Mirar con amor es buscar las condiciones de enseñanza en las que su derecho a la educación esté siempre, siempre, siempre garantizado.
Excelente artículo sobre las bases que tienen que regir en el aprendizaje actual.