Por Aldana Veliz, maestranda en Educación en Universidad de San Andrés.
Hace poco, una madre me preguntó, con preocupación, por qué sus hijos en secundaria no sabían las capitales de las provincias ni las tablas de multiplicar. Su frustración era palpable: «¿Cómo es posible que no puedan resolver 8×3? ¿Acaso ya no se enseñan las tablas de memoria?». En ese momento, comprendí su indignación. La educación de hoy no es la misma que la de hace 25 años, y es natural que muchos padres, formados en otro contexto, se pregunten si algo se ha perdido en el camino.
El relato de esta madre no se aleja de la situación crítica que está atravesando el país en términos de aprendizajes adquiridos. Según un informe de Argentinos por la Educación (2023), sólo el 43% de los estudiantes que finalizan la primaria en tiempo y forma poseen las nociones necesarias en Prácticas del Lenguaje y Matemática para afrontar la secundaria.
La conversación me llevó a reflexionar sobre una cuestión más amplia: ¿por qué los estudiantes no están aprendiendo? ¿Cuál es el problema? En lugar de culpar a estudiantes o docentes, empecé a pensar en la enorme cantidad de objetivos, contenidos y habilidades que se esperan enseñar en un tiempo tan limitado. ¿Cómo logramos que el aprendizaje realmente acontezca y perdure? La respuesta no es simple, y tiene muchas aristas que probablemente no estén mencionadas en este artículo. Sin embargo, hay tres claves para abordar este problema: priorizar el currículum, posicionar al alumno en un rol activo y restaurar una cultura de estudio.
Qué y cómo aprender
Como docentes, es habitual encontrarnos con una pila de objetivos a cubrir. La realidad es que el currículum avasalla y, en la práctica diaria, se torna más complejo tener el tiempo de mirarlo críticamente. Con frecuencia, caemos en la idea de que debemos enseñar todo, asumiendo que -con las mejores intenciones y toda la vocación- se hará lo que se pueda. Sin embargo, terminamos sucumbiendo ante el año ajetreado y dejamos por fuera contenidos que quizá eran más importantes que otros. Ni hablar de las veces que nos hemos encontrado en el camino con alumnos que no pudieron retener ni siquiera los conocimientos más básicos de años anteriores y nos vemos forzados a volver a explicar temas que ya deberían saber. El problema no radica en que estos temas no hayan sido enseñados o practicados, sino en que muchas veces son solapados por otros contenidos que, en retrospectiva, quizá eran menos relevantes para la construcción de un aprendizaje significativo. Así, nos enfrentamos a una arista de esta situación compleja: en las escuelas, el aprendizaje ocurre a diario, pero no siempre es profundo ni duradero.
¿Es posible planificar el futuro de la educación?
Con todo esto en mente, recordé un texto de Stenhouse (1987) que leí y una nota que escribí al margen: «el currículum es la vida real». Si bien hoy en día el currículum no siempre refleja esa realidad, Stenhouse nos invita a entenderlo no como una lista rígida de objetivos, sino como un conjunto de interacciones dinámicas que ocurren en las aulas.
Quizá esa sea la primera clave para cambiar la realidad que nos confronta actualmente. Hay que tener una mirada más crítica sobre lo que enseñamos en el aula, aprender a priorizar contenidos y preguntarnos: ¿de todo esto que debo enseñar, qué es lo más importante? Para realizar esta priorización, el docente podría seguir las recomendaciones de Wiggins y McTighe (2005), quienes sugieren priorizar primero los contenidos esenciales para una comprensión profunda y duradera, luego aquellos importantes de conocer, y finalmente los que solo requieren familiarización. De este modo, durante el año lectivo, los docentes sabrán en qué poner más énfasis al enseñar y qué contenidos podrían ser dejados de lado o no requerir tanto tiempo de clase.
Aprender a enseñar distinto
Sin embargo, solo priorizar no resuelve el problema de fondo: ¿por qué los alumnos no aprenden? Deberíamos ir un paso más allá y preguntarnos, ahora que ya sabemos qué priorizar, ¿cómo enseñamos? Sobre esto, Melina Furman (2021) en su libro Enseñar distinto menciona que “no somos completamente conscientes de todo lo que es necesario que hagamos para que ellos aprendan” (p.71). Esto me llevó a replantear mi práctica docente porque, como Furman menciona, solemos pensar que explicar algo bien y claro debería alcanzar para que nuestros alumnos retengan ese conocimiento. La realidad es que, lamentablemente, no alcanza. Después de delimitar qué vamos a enseñar y qué es esencial que los estudiantes aprendan, debemos preguntarnos cómo podemos hacer para que ese aprendizaje sea más profundo, duradero y significativo.
Fullan (2021) señala que existe una brecha entre cómo se organizan las escuelas y cómo aprenden los alumnos. Este desajuste se evidencia en las oportunidades limitadas que tienen los estudiantes para realizar tareas con propósito y significado, en las débiles conexiones con adultos y compañeros, y en la falta de reconocimiento de sus identidades y contribuciones al mundo (p.15). A partir de aquí, deberíamos entender que el rol de los estudiantes en su propio aprendizaje debe transformarse. No podemos seguir situándolos en un papel pasivo, creyendo que con explicar y evaluar será suficiente.
Fomentar un rol activo implica diseñar actividades donde los estudiantes tomen decisiones, exploren soluciones, colaboren entre pares y practiquen la autonomía. Por ejemplo, proyectos interdisciplinarios donde analicen problemas reales, como el impacto ambiental en su comunidad, utilizando diversas herramientas de aprendizaje. Otra oportunidad de posicionar a los estudiantes en un rol más activo surge cuando trabajan en un proyecto con vistas a un producto final. Estos productos pueden ir desde una maqueta hasta una campaña de concientización o el cultivo de una huerta, generando mayor motivación y conexión con su trabajo.
En su libro Aprender al revés Bergman y Santiago (2018) argumentan que “un aprendizaje exitoso requiere un cambio en las responsabilidades, cambio que necesariamente conduce a un aprendizaje más dosificado y permanente”. Este cambio implica que los docentes dejen de centrarse exclusivamente en la transferencia de información para enfocarse en ayudar a los estudiantes a construir modelos mentales que les permitan resolver problemas de manera más competente.
Qué implica estudiar hoy
Finalmente, me queda mencionar una solución que considero fundamental: reivindicar la cultura del estudio. La transformación educativa no solo requiere priorizar contenidos y replantear el rol de los estudiantes, sino también recuperar el valor del esfuerzo y la dedicación en el aprendizaje. Enseñar a los estudiantes a estudiar, a reflexionar sobre sus propios procesos de aprendizaje y a valorar el tiempo dedicado a construir conocimiento es esencial. Esto no significa volver a una pedagogía rígida y memorística, sino rescatar la disciplina y el compromiso como pilares de un aprendizaje significativo.
En conclusión, la crisis de aprendizaje que enfrentamos no tiene una solución única ni inmediata. Sin embargo, priorizar contenidos, otorgar un rol activo a los estudiantes y reivindicar la cultura del estudio son pasos esenciales hacia una educación más significativa. Quizá, si adoptamos estas propuestas, dentro de unos años, las madres que nos preguntan con preocupación ‘¿Acaso ya no se enseñan las tablas de memoria?’ podrán ver con satisfacción cómo sus hijos no solo responden a 8×3 sin dudar, sino también aplican ese conocimiento con sentido y propósito. El desafío está en nuestras manos: transformar las aulas en espacios donde aprender sea no solo un deber, sino un camino lleno de significado.