Por Daniel Sinopoli, Director a/c de la Facultad de Ciencias de la Salud, de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE)
El 17 de octubre murió Robin Wood, uno de los guionistas más importantes que ha dado la historieta mundial. Después de haberlo seguido tantos años me permito decir que ha sido un reivindicador de la cultura popular, sobre la premisa de que un cuento puede transcurrir de una manera atractiva, con un lenguaje accesible y, al mismo tiempo, invocar sentimientos profundos. Es decir, como pocos autores en la historia de los distintos géneros, Wood prueba que popular no es necesariamente sinónimo de vulgar.
Sus narraciones entretienen y despiertan en el lector un pensamiento diferente, que inspira a profundizar en la naturaleza de las cosas o en el sentido de algunas acciones de la vida cotidiana. No es un hilo de episodios con valor en sí mismo sino una estructura cuyo significado trasciende su propia progresión dramática. La trama es impecable, cada viñeta es una historia en sí misma. Pero también lo es el ideario que encarna. Después de leer un episodio de Nippur de Lagash, Savarese o Dago se experimenta el certero efecto de una historia que no captura la atención en vano o solamente para halagar la vanidad del autor, aunque su arte lo enaltezca.
En la historia de la comunicación se han ensayado diversos artilugios para apelar a las emociones del espectador y mantenerlo en vilo, no siempre con objetivos claros o encomiables. Las advertencias sobre los riesgos de concitar la atención sobre un mensaje sin dar lugar a la racionalización de su contenido no se hicieron esperar demasiado. Ya en el siglo III a.c., Aristóteles recomendaba enfáticamente al orador la necesidad de “tener entre tanto” al auditorio, no como una condición especial sino como algo inmanente al proceso persuasivo, como una acción responsable que garantizara la atención y dejara bien sentada la importancia del mensaje.
Uno de los motores históricos de la comunicación pública ha sido la necesidad de los gobernantes de llegar a la opinión pública y ganar consenso. Los contenidos que tienen una fuerte carga emotiva neutralizan la razón e induce una forma de ver las cosas. Este es el principio de la manipulación de las mentes: hacer sentir sin hacer comprender.
La neutralización de la razón en pos de la invasión no autorizada del pensamiento es, desde el punto de vista esencialmente humano, una tragedia de la política y la comunicación social; no es desmedido el uso de la palabra tragedia, teniendo en cuenta la potencial función educativa no formal que los medios de comunicación pueden (deben) tener. La estimulación de los sentimientos de las personas se sostiene en el placer que implica la economización de energías para activar el pensamiento. Es la atención que conlleva la exaltación de un sentimiento articulado con otros aún más profundos, por lo general inherentes a sentimientos ineludibles para la naturaleza humana como el temor a la muerte, los mitos o las pulsiones irracionales.
Quien manipula el pensamiento mediante los contenidos que transmite procura exagerar, manipular el contexto, exacerbar datos insignificantes, usar injustificadamente símbolos que encarnan valores indiscutibles, o todas esas acciones combinadas. Por eso es tan relevante que se rescate de la cultura popular aquellas expresiones que no descuidan su responsabilidad formativa ni desaprovechan la oportunidad de contribuir a la reflexión y al desarrollo de un pensamiento creativo a través de contenidos creativos.
Escuchamos al pasar en un noticiero de televisión a un analista comentar sus impresiones sobre una marcha en repudio al asesinato de un comerciante: lo primero que declara es conmoción y tristeza, lo cual presupone que intentará superar los efectos del impacto y analizar el hecho para su clarificación. Ese es el paso importante que debe darse en el proceso de comprensión del mundo. Superar o hacer superar el sentimiento como estado que paraliza, y promover después el ejercicio de pensamiento.
Los autores populares en todos los formatos y géneros deberían tener siempre la misión de atraer y hacer entender, pero no todos son impecables en lo técnico e innovadores en la composición.
Hay un grupo selecto que prefiere la búsqueda de perspectivas distintas para contar una historia que la pereza de recurrir a fórmulas trilladas y “exitosas”. Es decir, prefiere los problemas a las soluciones: los estereotipos son una solución para el que carece de talento o quiere ahorrar esfuerzos no divierte, entretiene. Brilla con el lenguaje, pero siempre que le sirva para combinar interés, claridad y profundidad. Coincide con los mercaderes en que el tiempo es oro, pero nunca renunciará a que cada miembro del público a su manera se eduque, mire las cosas de otro modo y alcance ideas certeras de su propia vida y del mundo.