Por la Lic. Alejandra Perinetti, Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina.
El 19 de noviembre es el Día Mundial para la Prevención del Abuso contra los niños y niñas. Un día que se conmemora desde el año 2000 para poner en evidencia la magnitud de este problema y exigir al Estado las políticas necesarias para afrontarlo, porque es un flagelo que afecta a miles de niños y niñas.
El abuso sexual contra niños y niñas puede tomar diversas formas y es en cualquiera de ellas un delito. No importa si hay o no contacto físico. Ocurre siempre y cada vez que un adulto utiliza a un niño, niña para estimularse sexualmente a sí mismo o a otras personas; sucede también cuando le comparte material pornográfico o lo involucra en acciones con esos fines; cuando le obliga a desnudarse o expone ante un niño o niña sus genitales, entre otras manifestaciones.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, 1 de cada 5 niñas y 1 de cada 13 niños son abusados sexualmente antes de los 18 años y solo el 10% de los casos son denunciados.
Por su parte, un recorte estadístico del Programa “Las Víctimas contra las Violencia” estima que más de la mitad de los abusos sexuales contra niños se produce en sus propias casas y en el 75% de los casos el abusador es algún familiar o persona del entorno cercano y de confianza. Esto significa que el lugar que por excelencia debiera ser protector, contendor y de confianza se convierte en un espacio de amenaza, vulneración, humillación y sometimiento para las niños y niños víctimas. El otro dato espeluznante es que casi el 50% de las víctimas tienen entre 6 y 12 años. En este contexto los números son mucho más que eso, representan infancias arrebatadas y requieren acción urgente por parte del Estado y sus instituciones, así como de la sociedad.
Cuando el adulto abusador es del entorno cercano, cuenta con la confianza familiar y del entorno íntimo. La pregunta es ¿cómo hace entonces un niño o niña para enfrentar ese poder de persuasión, convencimiento y abuso de un adulto que goza de la seguridad familiar?
La responsabilidad es siempre de los adultos. El adulto abusador atrapa a los niños en una red perversa, ofrece invitaciones, secretos, regalos y construye un cerco de amenazas y coerciones, un adulto abusador se aprovecha de la vulnerabilidad emocional e ingenuidad de los niños para sostener un sometimiento disfrazado de pacto de fidelidad y lealtad.
Los niños que lo sufren atraviesan la mirada del otro para poder poner palabras y cuando la encuentran, cargan sobre sí mismos, además del inmenso dolor, la duda sobre su palabra, enfrentan acusaciones de responsabilidad y deben lidiar con la culpa que pesa por el pacto roto, el silencio guardado y la falsa idea de que son los culpables la ruptura del orden y clima familiar. Un niño o niña atacado sexualmente, se encuentra arrasado psíquica y emocionalmente y solo podrá ser capaz de romper con el “secreto” si identifica a algún referente familiar y/o afectivo capaz de darle credibilidad a su relato. Un relato que quizás en un primer momento se presente confuso, desordenado, casi incoherente producto de la incapacidad emocional para darle forma a algo tan ajeno a la condición de niño.
Escuchar, creer, dar lugar a la palabra es lo que todos los adultos debemos hacer. Ser capaces de acompañar y accionar es el desafío que enfrentamos. Seamos claros, los niños tienen una gran imaginación, pero no mienten sobre el abuso sexual y los ataques contra su integridad. No lo hacen, simplemente, porque la sexualidad infantil no es la misma que la del mundo adulto y porque no pueden mentir sobre algo para lo cual no están preparados psíquicamente.
Si bien son cada vez más las denuncias, hay miles que permanecen bajo la sombra del horror y la desesperación. Asumir el compromiso por la protección integral de las infancias y exigir al Estado respuestas ágiles, amigables y contenedoras que inviten a pedir ayuda, que habiliten la palabra, que resguarden a las víctimas y sancionen y condenen a los responsables, es el desafío por delante.