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Entre el 8 y el 10 de junio se llevará a cabo la cuarta edición del Congreso Internacional sobre Problemáticas en Educación y Salud en el Colegio San José. En esta oportunidad, se centrará en el fracaso escolar entendido como un efecto de una multiplicidad de factores, entre los cuales se encuentran el rol de las familias y docentes, las didácticas disciplinares, las teorías y las políticas públicas. En esa línea, el evento invitará a ampliar la mirada para preguntarse por quién o quiénes fracasan y, en ese sentido, pensar en las transformaciones necesarias para revertir la situación.

Se denomina “fracaso escolar” al efecto visible que se relaciona con un inadecuado desempeño escolar por parte de los estudiantes y que se manifiesta principalmente en el aula, espacio donde confluyen no sólo los saberes, las normas y los valores sino también las emociones y los vínculos con los otros. Aquellos niños y niñas que no responden a las expectativas de la institución escolar y de los docentes, son rechazados, estigmatizados y culpabilizados, lo que redunda en un sufrimiento subjetivo. Es decir, el fracaso suele centrarse en las características particulares de los sujetos de aprendizaje y no se tiene en cuenta el rol que cumplen todos los elementos del dispositivo escolar en esa consecuencia indeseada por todos.

Dialogamos con Ruth Harf, Presidenta honoraria del Congreso Internacional sobre Problemáticas en Educación y Salud. Harf es Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación (Facultad de Filosofía y Letras, UBA) y Licenciada en Psicología (Facultad de Psicología, UBA).

Cuando se habla de «fracaso escolar» suele colocarse el foco en los alumnos, pero existen barreras que son propias de los sistemas educativos. ¿Qué aspectos de los sistemas educativos de la actualidad cree que habría que revisar para que el fracaso no se vea sólo como un rótulo o estigma en los alumnos?

Hoy en día muchos educadores nos cuestionamos si es correcto hablar sólo de “fracaso escolar” que parece poner el acento en un sujeto de la oración: el alumno. Proponemos preguntarnos ¿no es conveniente hablar en muchos casos de “fracaso de la escuela”? No con un intento de buscar culpables reales o imaginarios, sino tratando de abrir el panorama, de ensanchar la mirada.

Es justamente la idea de las “barreras para el aprendizaje” las que consideramos que mejor permite este proceso. Podemos decir que las barreras para el aprendizaje y la participación remiten a las dificultades que experimenta cualquier alumno o alumna en su proceso de aprendizaje y en su integración y participación en la vida escolar. Es así que podemos hacer referencia a barreras socio-culturales, socio económicas, físicas y arquitectónicas, biológicas, actitudinales (aquellas sutilmente enquistadas en nuestras vidas, de alumnos y docentes), etc.

En una propuesta de educación para todos y con todos proponemos ser proactivos en identificar las barreras que algunos grupos encuentran al querer acceder a las oportunidades educativas y así también identificar los recursos de la comunidad y de un país para ponerlos en acción para la eliminación o minimización de esas barreras.
Necesitamos de un sistema educativo (en todos sus estamentos, modalidades y niveles) que deje de creer que es el único lugar de transmisión del saber oficial. Un sistema educativo que se plantee si las condiciones son las mejores en cada institución para que los estudiantes puedan desarrollar sus potencialidades al máximo.

Es imprescindible, al mismo tiempo, erradicar la idea de mecanismos de selección que conlleven explícita o implícitamente procesos de segregación y exclusión bajo falsos pretextos de cuidado y protección. Se hace necesario poner en acción todos los mecanismos, procesos y estrategias que apunten a garantizar igualdad de oportunidades educativas para todos nuestros estudiantes, actuales y futuros. Para ello se deben ofrecer a todos las ayudas (curriculares, personales, materiales) necesarias para su progreso académico y personal.

¿Qué políticas públicas son necesarias para, evitar el fracaso escolar, por un lado, y para tratarlo, por otro?

Lo primero que debemos entender es que el tema del fracaso escolar existe desde que existe la escuela. Lo que cambia en este momento es que el debate crece y los protagonistas de esta discusión son muchos, incluyendo educadores, alumnos, padres, políticos y sociedad en general.

Es muy interesante prestar atención al hecho de que el fracaso escolar está íntimamente unido a lo que en cada sociedad se seleccionan, definen, determinan y certifican como “criterios de excelencia social y escolar” al decir de Perrenoud.

Por otro lado, no podemos dejar de considerar que cada contexto social, cada sociedad en general, cada gobierno particular se sustenta y por lo tanto depende de sistemas de valores sociales, que se encarnan en los valores que se trasmiten en las escuelas. Esta diversidad, tanto espacial como temporal se entiende mejor cuando comprendemos que existen pluralidad de realidades sociales, económicas y culturales, más allá de los particulares contextos escolares, a los cuales ellos deben responder.

No es tan fácil escribir bajo forma de mandato cómo deben ser las políticas públicas para evitar el fracaso escolar. Los “debe” entran a menudo en puja con los “quiere” y los “puede”. De lo que no cabe dudas es que se necesita instaurar un debate amplio, pero con ello no alcanza: también se necesita una verdadera intención de mejorar la calidad de oportunidades y no sólo mirar cuantitativamente resultados de pruebas pretendidamente objetivas y estandarizadas, que poco y nada dicen acerca de los compromisos que las políticas públicas deberían asumir.

Las políticas públicas deberían, en primer término, poner el acento en los recursos económicos destinados a educación -eso ya lo sabemos bien todos-. Pero también repensar, entre otras cosas, las posibilidades de modificación de la organización y definición de grupos escolares, para abordar y analizar, por ejemplo, el fenómeno actual de la repitencia, que tanto daño hace a los estudiantes.

Otro de los ejes en los que deberían centrarse las decisiones para la transformación educativa, consistiría en la revisión de materiales curriculares, la incorporación a las plantas orgánicas funcionales (POF) a docentes que apoyen a los docentes de clase, para que no sean sólo “aves de paso” sino que conozcan y se apropien de los proyectos institucionales, que conozcan y participen de las planificaciones del docente, que conozcan al grupo total, etc.

¿De qué otro modo se puede entender el «fracaso escolar» más allá del desempeño y el rendimiento de los estudiantes?

Reiterando lo anterior, consideramos que el “fracaso escolar” debe dejar de ser visto como una situación particular de un alumno o alumnos particulares. El “fracaso escolar” es construido en y por la escuela en tanto institución social que refleja un tipo de vínculos muy especial entre docentes, alumnos y contenidos y entre ellos.

No es lo mismo para un alumno sentir que “se equivocó” que cuando se le hace sentir que “fracasó”. Es decir que, por un lado, podemos ver y analizar las dificultades con las cuales se encuentra y enfrenta cualquier persona en sus diversos contextos de acción. Y otra cosa muy diferente es que el no poder resolver “adecuadamente” algo – ya sea temporal o definitivamente- sea denominado “fracaso escolar” y quien los comete lleve la etiqueta de “fracasado”.

¿Cómo se puede abordar el «fracaso» dentro del espacio del aula? ¿Qué cambios en la enseñanza y en el aprendizaje son necesarios llevar a cabo?

Además de políticas institucionales pertinentes, consideramos de suma importancia promover el trabajo profesional en equipo y en red, estimular en nuestros educadores la flexibilidad, entendida como creatividad en la preparación y puesta en práctica de estrategias de enseñanza. Desde ya que se hace imprescindible una adecuación de los espacios y los tiempos, así como de los recursos económicos. Todo ello para ir allanando el camino progresivamente y derribando barreras (humanas, administrativas y del sistema educativo convencional o tradicional).

¿Cuál es el trabajo que pueden hacer los profesionales de la educación, de la salud y del trabajo social para atender a esta problemática?

Necesitamos políticos, familias, escuelas, directivos, educadores que comprendan la necesidad de evitar los desencuentros que a menudo suceden entre lo que la escuela y los profesionales que en ella y con ella trabajan esperan y exigen y lo que muy a menudo no todos sino algunos estudiantes pueden brindar, comprender y demostrar. Es decir: que se logren puntos y ejes de mayor coherencia entre los procesos de enseñanza y los procesos de aprendizaje.

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