Por Horacio Storni, Rector de la Nueva Escuela Argentina 2000 (NEA 2000).
La educación escolar reconoce el bienestar socioemocional como una dimensión fundamental para el aprendizaje de niños y adolescentes, ya que las dificultades emocionales son un obstáculo para que esos aprendizajes sucedan. Además, ese bienestar es un derecho en sí mismo, y como tal la escuela tiene la obligación de velar por él.
Ese bienestar se construye no solamente a través de la convivencia en el aula, sino también de las relaciones sociales que cada adolescente construye en su vida por fuera de la escuela. Y en esos ámbitos de sociabilidad hoy tienen una presencia muy fuerte en muchos adolescentes aquellas experiencias que ellos construyen digitalmente. Es crucial que la escuela, junto con las familias, asuma la corresponsabilidad en el bienestar socioemocional de los estudiantes, la cual incluye sus experiencias digitales.
El primer gran problema que uno observa en el crecimiento de los niños es el acceso muchas veces irrestricto a herramientas de sociabilidad que a medida que van creciendo se vuelven vitales en la configuración de sus identidades ya adolescentes. Ese crecimiento no está para nada libre de errores y agresiones entre ellos, incluso muchas veces deriva en formas de exclusión que pueden ser muy dolorosas y traumáticas.
El impacto de esas prácticas puede ser similar o aún estar mucho más amplificado por el hecho de darse por la vía digital. La viralización, la facilidad de distribución de material agresivo, pero también el silencio, la exclusión, en definitiva, el ghosteo, son las formas que hoy adopta el “cyberbulling”. Que tiene una potencia muy grande cuando circula por ese ágora en el que estamos todos: la red social.
La gran pregunta que nos hacemos los educadores es cómo prevenir y acompañar desde la escuela desde una posición muchas veces desventajosa. La visualización de esta realidad, a través del diálogo con las familias, la explicación de las consecuencias de este tipo de agresiones viralizadas en la salud emocional, y por sobre todas las cosas el intento por alertar sobre el uso de redes para las cuales los chicos todavía no tienen las herramientas madurativas suficientes para encarar la sociabilidad que ellas construyen son acciones vitales. Estas acciones, aunque no infalibles debido a que los seres humanos no lo somos y, a la necesidad vital del apoyo de la familia de cada adolescente, representan un compromiso ético de los educadores. Pero cuando se pueden construir acuerdos básicos -y cumplirlos- aparece la luz al final del camino. Reglas que, no por obvias se deban omitir y, por sobre todas las cosas, respetar: no excluir, no distribuir material sin consentimiento, no avalar la agresión desde la risa, el emoji, el sticker. Detrás de esos “chistes” entre adolescentes casi siempre hay una agresión.

Pero también hay una sociabilidad que sucede dentro del edificio escolar, la obvia, la analógica, cara a cara. Y allí también es necesario construir acuerdos que, desde otra dimensión, también contribuyan a consolidar y acompañar ese crecimiento socioemocional. Ningún ser humano puede sostener 24/7 multiplicidad de diálogos que lo interpelen y lo involucren afectivamente sin que eso no lastime. Por eso se impone la necesidad de regular el uso de celulares al menos mientras están en la escuela. Es imposible para un adolescente manejar la multiplicidad de diálogos simultáneos de las redes sociales (múltiples grupos de WhatsApp y cuentas de Instagram) y al mismo tiempo estar presente en el aula y salir indemne de esa experiencia. Es verdad, la instantaneidad del celular, los estímulos que produce dificultan la concentración. Pero además, y por sobre todas las cosas, genera adicciones, angustias, miedos, aislamientos, ansiedades. Por eso la necesidad de regular. Porque el uso no regulado no es sano, ni individual ni colectivamente.
Y finalmente, los acuerdos de convivencia cotidiana. Acuerdos valiosos para llevarla adelante entre todos, adolescentes y adultos. Acuerdos firmados a los que todos nos comprometemos mientras convivamos en la escuela. Nos vamos a escuchar, nos vamos a aceptar así diferentes como somos, no nos vamos a agredir, vamos a ser ordenados con nuestras cosas y las de los demás, los docentes vamos a tratar justa y respetuosamente a todos nuestros alumnos, sin ningún tipo de distinción. Y lo escribimos, lo leemos y lo firmamos todos. Y ahí no hay pérdida de autoridad. Al contrario: cuando al adolescente -perdón, al ser humano- se lo trata con respeto, este va a devolver respeto. Están los límites, desde ya, porque de nuevo, todos nos podemos equivocar. ¿Es mucho? Puede ser, pero cuando la maquinaria se pone en movimiento, las prácticas se convierten en hábitos, y los hábitos salen con naturalidad, no por obligación. ¿Cómo llegamos? Como decíamos más arriba, con el compromiso de todos, la escuela, sus familias y los propios chicos. Todos somos actores necesarios e indispensables de la construcción del bienestar emocional de los adolescentes.
¿Es posible hacer «acuerdos» con los adolescentes?
El método de convivencia que reduce los conflictos en las aulas.
En un contexto donde la convivencia escolar se presenta como un desafío constante, las instituciones deben optimizar, con inteligencia y rapidez, su mirada. En esta línea algunos colegios toman la delantera y testean proyectos más que interesantes. Entre ellos, uno en el que alumnos y docentes construyen y acuerdan sus reglas de convivencia a través de un documento formal, creando un espacio de diálogo y participación poco común en el ámbito de las instituciones.
El programa, puesto en marcha en un primer año, se basa en un «Consejo de Clase» coordinado por un tutor, donde se establecen acuerdos y compromisos escritos y firmados por todos los participantes. «Este tipo de iniciativa, aunque obligatoria en escuelas estatales, es poco común en el sector privado», comenta Horacio Storni, experto en educación y rector de la institución de la Nueva Escuela Argentina 2000 (NEA 2000).
El acuerdo va más allá de un simple reglamento. Incluye compromisos de ambas partes: los estudiantes se comprometen, por ejemplo, a ser respetuosos y a tener su material de estudio, mientras que los docentes asumen la responsabilidad de ser transparentes, justos y avisar las fechas de los exámenes con anticipación. Esta co-creación de normas fortalece el vínculo entre estudiantes y educadores, y fomenta un ambiente de respeto y colaboración mutua.
El Ministerio de Educación respalda esta visión, observando que los colegios con este tipo de consejos tienden a tener una mejor convivencia. La Nueva Escuela Argentina 2000 (NEA 2000), que puso en práctica esta herramienta en un primer año de su secundaria, espera que sirva como un modelo a replicar en todos años. «La iniciativa demuestra el compromiso de la institución con la búsqueda de soluciones innovadoras para fortalecer la relación entre estudiantes, docentes y familias», concluye Storni.