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Por Gabriel Rshaid, Director General de The Global School*

Si no actuamos rápidamente para cambiar la educación, pasaremos a la historia como la generación que abrió las puertas del conocimiento infinito y la interconexión global pero cuya mayor contradicción fue que su sistema educativo no pudo acompañar ese progreso exponencial por quedar atrapado en el pasado.

A pesar de haber un consenso absoluto respecto a lo anacrónico e improductivo de muchas prácticas que casi no han cambiado en cientos de años, las escuelas continúan implementando modelos de enseñanza y aprendizaje que preparan alumnos para un mundo que no existe más.

¿Cuáles son las prácticas y pensamientos propios de una enseñanza arcaica que se mantienen en el tiempo?

  • A pesar de que en la vida real cualquier persona podrá aprender por sí misma lo que quiera con sólo tener un celular en su bolsillo, los alumnos en las escuelas todavía aprenden mayormente escuchando a sus docentes dando clase y, como mucho, con un libro de texto.
  • Se acepta universalmente que aprender de los errores es un camino inequívoco para la realización personal pero la especie dominante en los colegios es la prueba escrita de fin de unidad que no sólo no ayuda a aprender, sino que condena a quien obtiene una mala calificación al fracaso académico.
  • La tecnología es la puerta de entrada a todo el conocimiento humano acumulado, pero está mayormente proscripta en las escuelas. El buscador de Google es la llave para aprender de por vida, pero los alumnos egresan sin conocer sus funcionalidades y características, utilizándolo como si fuera una caja negra.
  • Desde la teoría de las inteligencias múltiples en adelante, nadie duda que es esencial favorecer el desarrollo de los talentos de cada persona, pero la escuela todavía tiene un modelo de éxito que es igual para todos, haciendo que el fracaso y el daño irreparable a la autoestima de niños y jóvenes sea algo casi frecuente en la experiencia escolar.
  • En el mundo actual y futuro resulta indispensable desarrollar la creatividad, colaboración y pensamiento crítico, y sin embargo son casi nulas las instancias donde estas habilidades se aprenden y mucho menos se evalúan.

La lista podría ser mucho más larga, por ejemplo, se debería incluir la necesidad de aprender a trabajar en equipo, a emprender en un mundo lleno de oportunidades, desarrollar hábitos de buena salud en cuanto a alimentación y actividad física, adquirir valores firmes personales y comunitarios en un mundo irreversiblemente globalizado, entre otras flagrantes carencias de la pedagogía actual.

La educación está en un punto en el que, es más riesgoso permanecer como se está que cambiar. ¿Cómo hacer para cambiar la forma de educar? Paradójicamente, innovar hoy en educación es simplemente aplicar el sentido común. Si bien el futuro es incierto por definición, hay algunos principios que son irreversibles y sobre los que se puede actuar inmediatamente.

Tomando como axioma indiscutible que los alumnos no pueden ser más sujetos pasivos de su educación, ya que deberán gestionar su aprendizaje de por vida, desarrollar una pedagogía que les permita tomar conciencia respecto a su aprendizaje (por ejemplo, autoevaluándose), contribuir a la sociedad del conocimiento procurando sus contenidos, tomando decisiones, asumiendo responsabilidad por su aprendizaje y adquiriendo motivación intrínseca y no por temor al castigo de la nota o llevarse una materia a examen.

La redefinición del rol del docente implica una actualización vocacional profunda: el docente ya no es más el que transmite el conocimiento sino quien debe transmitir la pasión por dicho conocimiento. Siempre habrá un rol para el maestro si logra contagiar e inspirar a sus alumnos para querer aprender. Esto implica mucho más que un cambio en sus funciones, ya que nos enfrenta al sentido de lo que hacemos, y constituye una real divisoria de aguas. Nadie que no tenga una real pasión por aprender va a poder continuar como docente en el futuro.

Mientras la autoestima de las escuelas y sistemas educativos nacionales se midan por el rendimiento en evaluaciones estandarizadas, mayormente orientadas a contenidos, nada podrá cambiar. Es necesario un sinceramiento brutal en cuanto a que el objetivo de la escuela es desarrollar la capacidad y la motivación para aprender toda la vida, y actuar en consecuencia.

Para poder cambiar también es necesario generar demanda para esa transformación. Si las familias siguen percibiendo una falsa seguridad en la acumulación de contenidos y el modelo tradicional, los esfuerzos por generar pedagogías nuevas seguirán siendo vistos como riesgosos cuando, como hemos señalado más arriba, el verdadero peligro es seguir como estamos.

Si bien en educación no existen las soluciones mágicas, el cambio es posible, y puede ser inmediato. Es hora de terminar con los debates y teorizaciones eternos tan comunes en nuestro ambiente educativo, debemos comprometernos éticamente con una generación que requiere que la sociedad entera, y no sólo los educadores, hagamos lo que ya sabemos que es mejor para los niños y jóvenes que hoy están en el sistema escolar. Los que estamos al frente de The Global School (TGS), sabemos que tenemos una oportunidad única de pasar a la historia a partir de una educación que pueda salir del pasado, acompañar el presente y ser decisiva en crear un futuro mejor.

Después de haber estudiado Ingeniería y trabajado como programador y consultor en el área de tecnología, durante los últimos 30 años, Gabriel orientó su carrera a la educación. Ejerció varios roles como director de escuela, más recientemente como Director General de la Escuela Escocesa San Andrés durante los últimos 12 años, y tuvo la oportunidad de aprender, compartir inquietudes y escribir sobre el futuro de la educación y el impacto de la tecnología en las escuelas. Lleva publicados varios libros sobre el tema: «Learning for the Future», «The 21st Century Classroom», «From Out of This World: Leadership and Life Lessons from the Space Program» and «Extreme Curriculum Makeover: A Hands-On Guide for a Learner-Centered Pedagogy», a co-author of «The Take-Action Guide to World Class Learners».

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