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Cristian Vélez es actor, profesor de teatro, pedagogo teatral, dramaturgo y director. Ha conformado y dirige el grupo “La pared invisible”, que posee doce años de trayectoria en espectáculos infantiles. Su última creación, “Los fantasmas de Florencio”, ha sido galardonada con el premio a la Mejor Obra de Teatro para Niños de la temporada 2016 por el GETEA (Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano). En diálogo con Sobre Tiza, reflexionamos sobre el vínculo entre el teatro, la docencia y las nuevas tecnologías.

En una charla amena y distendida, cuenta que la escritura de la obra surgió a partir de su propio proceso creativo. “Este es el octavo o noveno espectáculo que escribo y lo difícil es encontrar de qué querés hablar, que es lo que querés transmitir, y me pareció muy interesante hablar sobre la creación porque justamente en ese desarrollo me encontraba yo.” Alejándose de la idea de que la aquella está destinada para unos pocos elegidos o iluminados, Cristian se coloca en la otra vereda y está convencido de que todas las personas tienen esa capacidad creativa, solo que a veces no se animan a exponer su mundo interior. “Todos podemos crear si queremos. Está muy instalado socialmente que sólo unos pocos lo pueden hacer. Me parece que es uno de los grandes errores de este sistema, si todos pudiéramos desarrollar nuestras capacidades creativas nos sentiríamos mejor como personas y tendríamos una sociedad más libre y más justa.”

Movido por esas convicciones y por el amor a lo que hace, además se dedica a la docencia de teatro tanto en el nivel primario como en el secundario. Gracias a ese contacto cercano con los niños, niñas y jóvenes es que conoce muy bien su imaginario y sus preferencias, de manera que le sirve para pensar sus obras y saber desde qué lugar interpelarlos. “Lo que busco, y que tal vez tiene que ver con mi rol docente, es ofrecerles un desafío, que piensen por sí mismos.”

Ahora bien, como todo proceso de enseñanza, el que concierne al teatro no se desarrolla de la misma manera en niños y en adolescentes. Cada uno está atravesando diferentes procesos y eso se materializa en el vínculo que establecen con él como docente. Cristian cuenta que mientras los chicos de primaria están en un momento de pura espontaneidad y de expresividad sin vergüenza, los adolescentes pasan, primero, por un momento de retraimiento para luego llegar, en los últimos años de la escuela, a un nuevo lugar expresivo con un “potencial creativo maravilloso”. Y en esos procesos resulta fundamental el lazo que se construya entre el docente y los estudiantes. “Cuando vos lográs ese vínculo de confianza, el niño te está esperando con los brazos abiertos. En cambio, el adolescente te está estudiando, te está midiendo. Pero cuando vos conseguís otra vez establecer ese vínculo de enseñanza, (no porque yo les traiga la luz a ellos, sino que vengo con un conocimiento y se los ofrezco de corazón) pasa lo mismo, se abren, te esperan con muchas ganas y calidez.” Así, en ese vínculo de afectividad y de escucha, el propio docente aprende de los chicos y chicas. Cristian logra conocer otros imaginarios y se sorprende de la espontaneidad que los caracteriza. Pero el desafío, dice, está en actualizar sus propias formas de comunicación porque han cambiado no sólo los códigos y las maneras de hablar de los jóvenes sino también la forma de vivir la propia sexualidad.

Al mismo tiempo, estos niños, niñas y adolescentes se constituyen también en espectadores de las artes escénicas. Pero ¿cómo convocarlos a que vayan al teatro cuando tienen un sinnúmero de maneras de entretenerse en la comodidad de la casa a través de las pantallas que parecen dominar la vida cotidiana? En ese contexto, ¿qué es lo que aporta el teatro como especificidad? “El teatro tiene el contacto en vivo, la humanidad plena”, enfatiza. “Y recupera aquello que tenía el circo que era ver al equilibrista caminar por la cuerda floja a ver si se cae, y el actor en escena está en ese proceso todo el tiempo porque la obra se puede desarmar en cualquier momento ya que está sujeta a las variables del vivo.” Es entonces ese presente irrepetible que sucede en cada función lo que puede convocar. “Cuando vos enamorás a un niño, creás a un nuevo espectador. El chico que vea teatro hoy y tenga una buena experiencia, el día de mañana va a querer verlo de nuevo.” Y las ganas de ir a ver obras también pueden generarse desde la escuela. “Me parece fundamental la presencia de la materia teatro en los diferentes niveles de educación. Eso ayudaría muchísimo a generar espectadores”.

La tecnología, en general, y las pantallas, en particular, aparecen como un tópico importante en la obra. Sin embargo, Cristian subraya que no constituyen un problema en sí mismo sino que el punto fundamental está en qué hacen los adultos. “El tema es el tiempo, la medida justa para que los chicos estén frente a cada dispositivo. Que se den el tiempo de formar un pensamiento propio, de desarrollar sus propios juegos, de imaginar, de crear.” Frente a eso, uno de los desafíos de las artes escénicas es lograr entretener y, al mismo tiempo, contribuir al desarrollo de un pensamiento autónomo. “Ellos tienen derecho a divertirse y a entretenerse porque su proceso evolutivo lo requiere, necesitan de eso. Pero el entretenimiento es algo serio, no es fácil entretener a una persona. Un espectáculo debe tener una calidad estética y artística, debe hacerte pensar y reflexionar”, enfatiza.

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