La magia y la sensibilidad que habitan en lo cotidiano

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Hay dos maneras de resumir la trama de “Cactus orquídea”. La primera, un hombre pierde a su mujer y, en vez de extrañarla, su vida se silencia. La segunda, un escritor que trabaja como redactor de  folletos turísticos de la ciudad desea escribir una novela donde cada personaje hable en primera persona. En el bar donde suele sentarse a escribir conoce a una muchacha que le cuenta una historia. Así, encontrará la inspiración que necesita.

La historia que le cuenta Imelda es la de Boris (Nacho Bozzolo), un ferretero del barrio de Flores que ha perdido a su mujer, cuya vida transcurre en una existencia opaca hasta que, inesperadamente, un día consigue las semillas de una planta que logra traer a aquellas personas que se han ido. Para contar cómo llegan a sus manos, la historia se desplegará en otras tantas. El meticuloso y memorioso Peque (Nacho Ciatti), empleado de Boris, quien todos los días va a buscar monedas al bar cercano donde trabaja Esmeralda (María Estanciero), mexicana y admiradora de Frida Khalo. Densel (Gastón Filgueira), habitué del bar y empleado bancario, quien en la casa de su abuela encuentra una bolsa con semillas y un cuaderno con fotos de bares notables de la ciudad. Imelda (Laila Duschatzky), la empleada del museo de bellas artes quien suele enamorarse de los visitantes extranjeros. A partir de cada uno de los personajes se desplegarán mundos tan cercanos como mágicos.

“Cactus orquídea” plantea tres niveles. El del escritor que tratará de escribir su novela, el de la historia de Boris, y el de los actores que hacen el trabajo de tramoyistas, al mover la escenografía, encender la música, subir su volumen o manipular objetos. Obra metadiscursiva, teatro dentro del teatro, habla de sí misma, de su propio proceso de montaje en escena. La dramaturgia será la encargada de enlazar estos niveles. Con un texto sumamente sensible, que recorre clásicos lugares de la ciudad de Buenos Aires, las distintas historias se irán hilvanando hasta llegar al encuentro final.

A partir de ese juego de niveles, el dispositivo escénico se evidencia en todo su esplendor, lo que se termina de configurar con la escenografía y el trabajo actoral. En primer lugar, el espacio aparentemente despojado del comienzo irá adquiriendo formas distintas a través de las placas de madera que forman el piso y que, según la necesidad de cada escena, se levantarán o se girarán para construir los espacios: la ferretería, el bar, el banco, el museo. Pero es el gran trabajo actoral el que termina de habitar esos lugares. A su vez, cada actor interpreta distintos personajes con la profundidad necesaria para que cada uno tenga sus particularidades, su color y su energía, construyendo, de  esa manera, un juego coral entre todos. Todo esto se logra gracias a la dirección precisa de Cecilia Meijide. Cada movimiento está en el lugar correcto, los actores entran y salen vertiginosamente y los cambios de vestuario son constantes. Todo está dispuesto para crear los diferentes universos que se abren. En conjunto, es una máquina escénica que se transforma constantemente y que lleva al espectador a través de una diversidad de mundos y sensaciones.

“Cactus orquídea” se pregunta implícitamente por el lenguaje. Por un lado, el escritor quiere que cada personaje hable en primera persona, que ninguno sea hablado por otro, que cada uno encuentre y elija sus propias palabras para narrar lo sucedido. Por otro lado, la vida de Boris se silencia ante la pérdida de la persona amada, como si la muerte se sintiera también en la propia voz, en la imposibilidad de narrar, en una garganta que se trunca. O, de otro lado, como si las palabras no alcanzaran para relatar el dolor  ¿Qué lugar tiene el lenguaje? ¿Qué son las palabras sino vehículos que no llegan a expresar por completo lo que se siente? ¿El lenguaje nos constituye como individuos o nos convierte en sujetos atados, confiscados a no poder expresar más allá? Hay entonces algo que siempre escapa al sentido, al lenguaje.

Historias sencillas, historias de amor, de encuentros y desencuentros. “Cactus orquídea”, tercera producción del grupo El Ensamble Orgánico, logra sacar a la luz lo mágico que habita en lo cotidiano y emociona desde la simpleza de las pequeñas cosas. Con un texto exquisito y actuaciones sentidas, el espectador encontrará, en algún lugar de esa máquina escénica, algo con lo cual identificarse y emocionarse.

Ficha técnica

Autoría:Cecilia Meijide

Actúan:Nacho Bozzolo, Nacho Ciatti, Laila Duschatzky, Maria Estanciero, Gaston Filgueira Oria

Vestuario:Gustavo Alderete

Escenografía:Javier Drolas, Soledad Ruiz Calderón

Iluminación:Santiago Badillo

Objetos:Mariana Meijide

Música original:Guillermina Etkin

Operación de luces:Francisco Varela

Fotografía:Soledad Hernández, Francisco Iurcovich

Entrenamiento corporal:Damiana Poggi

Asistencia de dirección:Lucila Frías

Prensa:Boca En Boca

Coreografía:Diego Rosental

Dirección:Cecilia Meijide

Teatro Anfitrión

Venezuela 3340, Sábados 21 hs.

Reservas por Alternativa Teatral

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