El teatro de Tennessee Williams: entre el mito y el sueño

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¿Es posible dejar atrás los condicionamientos sociales para realizar aquello que deseamos con el alma? ¿Podremos llevar a cabo los sueños o tan sólo quedaremos inmersos en una imagen ideal de nosotros mismos? ¿Somos capaces de hacerle frente a nuestra realidad más íntima o, por el contrario, nos refugiamos en fantasías para poder sobrellevar la carga de no ser? ¿Podemos hacer algo con el transcurrir de un tiempo que nos trae frustración y culpa? ¿El pasado siempre fue aquel tiempo mejor o, en realidad, permanecemos presa de una nostalgia? Estos son algunos de los interrogantes que nos plantea la obra de Tennessee Williams. Su producción teatral nos interpela como sujetos escindidos, deseantes, en conflicto permanente. Tanto que, al finalizar la lectura de cualquiera de sus obras nos asalten incógnitas para las cuales tal vez no encontremos respuesta.  Justamente porque explora los espacios más  recónditos de la existencia humana, esas zonas en que cada persona se enfrenta a la cruenta realidad de sí misma.
Las obras se enmarcan en el contexto de la sociedad del sur de los Estados Unidos donde la cultura está fuertemente marcada por los resultados de la guerra de Secesión, conflicto que enfrentó a los estados esclavistas del sur con los estados industriales del norte. La derrota del sur implicó la pérdida de las plantaciones de tabaco y algodón que constituían la base económica de la región. Como consecuencia, esta zona entró en decadencia. Y el ocaso siempre implica un atractivo romántico hacia un pasado sin dudas glorioso, es decir, empezaba a gestarse una nostalgia por aquello que había sido. En este marco de  crisis de desintegración y decadencia de viejas formas, la sociedad sureña adquiere rasgos de arrogancia aristocrática.
Es por esta razón que los personajes de sus obras se mueven entre un pasado evanescente y un futuro inalcanzable, entre el mito y el sueño. Es decir, ese pasado glorioso se convierte en mito frente a la cruda realidad del momento actual y el futuro parece nunca llegar. Los personajes están divididos entre la imagen mítica de lo que fue y la imagen de lo que ha de ser. Así, nunca alcanzan a discernir lo  auténtico que encierra lo inmediato. Los personajes se consideran procedentes de un pasado pleno e intentan trazar su historia como puente entre un origen de dicha y una dicha final.
Además, este clima de añoranza por el pasado junto con las características de una sociedad cerrada y conservadora condiciona tanto la trayectoria de los personajes como sus deseos y decisiones. Entonces, los personajes vacilan ante el camino a tomar, oscilan entre, por un lado, la duda ante las opciones que presenta la existencia y, por otro, la culpa que cualquier decisión lleva asociada.
La sociedad actúa como marco de referencia pero al mismo tiempo impone la presión de responder a una determinada imagen. En el marco de una cultura tradicionalista, ejercer una acción libre implica renunciar ante el cumplimiento del deber y enfrentarse con la moral preestablecida. Por lo tanto, el yo aparece desconcertado ante las expectativas, los condicionamientos, los recuerdos, la cultura, los esquemas morales y los conceptos cerrados de la sociedad. De esta forma, los personajes, incapacitados para ser, arrastran la culpa de no ser. Se debaten en un tormento interior donde no hay salida y sus acciones nunca logran la realización de sí mismos. Frustrados, arrastrando el fracaso a cuestas, los personajes no pueden aceptar la propia imagen despojada del ideal. Con el objetivo de ocultar la desilusión y el desengaño de sí mismos, llevan una máscara decrépita, frágil e inconsistente que los aísla del exterior y los sume en penumbras.
Paradójicamente, quizás como una forma de resistencia ante la coerción de la sociedad, los personajes presentan una exacerbada sexualidad. Efectivamente, la conquista de la propia sexualidad es la conquista de uno mismo, de la propia identidad y, al mismo tiempo, encuentro con el otro. Pero teniendo en cuenta la imposibilidad de los personajes para seguir su propio deseo, la sexualidad aparece atormentada e incompleta.  En este reducto de la identidad se produce el enfrentamiento entre la propia fragilidad, la solidez de los estereotipos sociales y la necesidad de ser situándose en el mundo de una manera personal y propia. Se trata de la necesidad de conseguir un espacio de seguridad, estabilidad y sinceridad. Sin embargo, los personajes nunca lo logran.
El teatro de Tennessee Williams plantea una concepción trascendente y fatalista de la existencia. Refleja la plenitud que podría alcanzarse ante la posibilidad de ser y, al mismo tiempo, la angustia ante la imposibilidad de lograr la realización personal. Representa las contradicciones que sufren hombres y mujeres enfrentados a una sociedad conservadora donde prima la idealización del pasado. Desde un presente en decadencia se resignifica el pasado y en esa investidura de sentido se le adjudica características de grandeza y esplendor. Así, se construye un pasado glorioso que actúa como horizonte común a todos los miembros de la sociedad. Sin embargo, es ese mismo pasado el que mantiene a los individuos presos de una nostalgia que los imposibilita para actuar y decidir sus vidas.
Como pocos, Tennessee Williams supo asomarse a los abismos de la condición humana.
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