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Una mujer rota. Una madre atravesada por el dolor. Una mujer desencajada. Una madre fragmentada. ¿Cómo contar lo innombrable? ¿Cómo narrar una de las peores tragedias? El arte aparece siempre como ese camino para expresar aquello que duele, conmueve y perturba.

En esta obra el femicidio está contado desde la mirada de una madre. Pero de una que habitualmente no tiene lugar en los medios de comunicación. Los noticieros suelen dar voz a las madres de las víctimas pero ¿qué sucede con las familias de los femicidas? Esta es quizá la pregunta inicial de Rota, el unipersonal escrito por Natalia Villamil que puede verse todos los sábados en El Extranjero.

Rota cuenta la historia de una mujer cuyo hijo se suicidó luego de haber matado a su novia. Después del descubrimiento fatal, inmersa en su propia soledad, ella irá desplegando las piezas de un rompecabezas imposible, donde el dolor, la culpa y la incertidumbre se mezclan con la mirada inquisidora de los demás. Una madre que intenta entender qué fue lo que pasó, que pugna por encontrar algo de amor y de comprensión ante uno de los hechos más terribles. Mientras muchos la juzgan, ella hace todo lo posible para abordar una situación que la sobrepasa y reconstruir su cuerpo y su corazón. Juntar los fragmentos y reconstruirse ante un hecho que la implica como madre y como mujer.

Raquel Ameri

La actriz a cargo de este monólogo es Raquel Ameri, reconocida por grandes trabajos como el que llevó adelante en Millones de segundos, obra en la que se puso en la piel de un adolescente con asperger. En esta oportunidad, Ameri construye a una mujer atravesada no solo por el dolor sino también por la incertidumbre y el pasmo. Su voz, su cuerpo y su gestualidad están generosamente al servicio de un personaje complejo, perturbado y lleno de preguntas para las cuales no hay respuestas. El cuerpo preciso, la economía de gestos y los tonos de voz son manejados y desplegados con precisión quirúrgica. Cada movimiento, cada mirada, están orientados y cargados por un estado muy permeable y presente en escena. El trabajo actoral resulta verdaderamente conmovedor y, lleno de matices, va desplegando capa tras capa a esta madre que se encuentra ante lo innombrable. Una interpretación que intriga, emociona y logra atravesar al espectador, que se mueve incómodo en la silla. Es que luego del apagón final algo se modificó, nuevos cuestionamientos aparecen. Y ya nada es igual.

La puesta, bajo la dirección de Mariano Stolkiner, centra la acción en el cuerpo de la actriz y construye distintos climas a través de una utilización interesante de las luces, el sonido y la música. Así, se logran determinados ambientes que cortan y dan un respiro a esa atmósfera oscura en la que se encuentra la protagonista, de manera que la obra mantiene un ritmo intenso que lleva al espectador a través de un viaje tan íntimo como político. Por su parte, el texto va desplegando la historia paulatinamente, poco a poco nos vamos adentrando en ese universo y descubriendo qué fue lo que sucedió. Sin tomar partido, sin establecer posicionamientos dogmáticos, abriendo preguntas, la dramaturgia reconstruye una historia donde las víctimas y los verdugos se confunden.

Raquel Ameri

La obra se atreve a meterse con un tema tan complejo como actual y apuesta por contarlo desde un punto de vista distinto: el de la madre de un femicida que, al igual que todas las mujeres, padece la desigualdad de una sociedad patriarcal.

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