Fomentar el pensamiento crítico como solución al problema del consumo de fake news

Por Mayra Manente, profesora de Física en la Universidad de Buenos Aires y el instituto terciario Dr. Joaquín V. Gonzalez, afirma que ante las fake news la formación en pensamiento crítico no puede esperar más.

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Por Mayra Manente, profesora de Física en la Universidad de Buenos Aires y el instituto terciario Dr. Joaquín V. Gonzalez.

Una de las ventajas que nos ofrecen las redes sociales es la de darle voz y participación a todos sus usuarios, dando lugar a lo que algunos autores llaman “cultura participativa”. Esto favorece la participación democrática y la elaboración de producciones de autoría compartida aunque también da lugar a las Fake News

Estas Fake News tienen una fuerte influencia en el mundo, basta un tweet para alterar el precio de criptomonedas o influenciar nuestras decisiones. Los principales problemas de estas noticias se encuentran en su fácil y rápida difusión, en que no siempre es posible saber quién las publica y en la dificultad de sus lectores para identificarlas. Muchos se preguntaran ¿qué tiene de malo un noticia falsa circulando por la web? ¿a quién puede dañar?

En el último año las fake news cuestionaron la existencia del virus COVID-19, su letalidad y origen, el uso del barbijo advirtiendo que podría causar hipoxia (reducción de oxigeno) en los usuarios, pero uno de los casos más impactantes fue aquella que sostenía a la ingesta de dióxido de cloro como remedio “casero” para prevenir al COVID-19. Esto no solo circuló en redes sociales sino que fue sostenido por el ex presidente Donald Trump y la conductora de televisión Viviana Canosa entre otros. Si hacemos una pequeña búsqueda en Internet rápidamente identificamos que el dióxido de cloro se utiliza como blanqueador, desinfectante y para destruir impurezas en el agua, sabiendo esto ¿beberían dióxido de cloro? Hubo una familia que confió en estos dichos y un pequeño terminó intoxicado, lo que nos demuestra que estas fake news pueden dañar al público que las consume sin analizarlas críticamente primero.

Tal es el impacto que tienen estas noticias en las decisiones de las personas que la Organización Panamericana de la Salud tiene una sección en su página web destinada a dar respuestas científicas a los mitos comunes sobre vacunación y COVID-19 y lo mismo ocurre con la Fundación Huésped, que ofrecen una sección a responder mitos sobre la transmisión del COVID-19.

En los diseños curriculares tanto de primaria como secundaria se consideran valiosas, para la formación de ciudadanos responsables, a las competencias del siglo XXI publicadas por UNESCO. Entre estas competencias del siglo XXI que componen al currículum global encontramos una posible solución, el desarrollo del pensamiento crítico. 

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Una persona que ha desarrollado el pensamiento crítico, según Robert Ennis, sería capaz de: formular preguntas sobre un contenido y buscar sus respuestas; juzgar la credibilidad de una fuente; emitir juicios de valor; identificar los supuestos; decidir una acción a seguir e interactuar con los demás y de emplear estrategias retóricas apropiadas en una discusión o presentación. Estas capacidades pueden enseñarse desde el nivel primario en cualquier asignatura, pero prevalece como objetivo específico de las asignaturas afines a ciencias.

Como sostiene uno de los últimos informes de la OCDE, nuestros estudiantes aún no identifican a las fake news y, como notamos en las aulas, tienden a replicar información de manera contundente pero no pueden argumentarla. Siguiendo a Ines Dussel, hay mucho de “no-escuela” en el horario escolar. Ya no se trata de limitar el uso del celular en las horas de clase, por el contrario, la escuela se enfrenta a la tarea de fomentar un uso responsable del contenido digital. 

Este pensamiento crítico que les pedimos a los estudiante pertenece a los currículums que sostienen un enfoque progresista donde se tienen en cuenta los intereses del alumno, se otorga autonomía al estudiante y se invitar trabajar mediante la resolución de problemas, tal es el caso de nuestros currículums y aún más extremo el proyecto “currículum humanista” de Lawrence Stenhouse. La existencia de estos no resulta suficiente para desplazar al, aún vigente, currículum de enfoque tradicionalista que fomenta un aprendizaje memorístico que han experimentado los docentes durante su escolarización y formación. 

La escasez de cursos de capacitación en estos temas deja a merced de los docentes la tarea de enseñar a pensar críticamente, por ello comentaré una estrategia para comenzar la tarea: la enseñanza basada en problemas. Podemos abordar algunos contenidos de la materia mediante la resolución de problemas o interrogantes en relación a la vida cotidiana y el interés de los estudiantes, que culminen con la elaboración grupal de una respuesta argumentada y la defendida ante el resto del salón. 

Muchos docentes no se animan a abordar esta estrategia por no manejar totalmente el contenido y eso es un error. En términos de Foucault, lejos de seguir replicando el discurso donde el docente es el centro del saber y la única autoridad, lo que aquí buscamos es un docente que no de la respuesta correcta sino que ayude a reflexionar, a investigar, a generar una opinión y poder argumentarla, la falta de respuestas por parte del docente hay que verla como una oportunidad para invertir los roles del aula y una posibilidad para que los estudiantes construyan su propia opinión sin forzarlos a coincidir con la de un adulto.

Necesitamos profesionales activistas y críticos que se enfoquen en problemáticas sociales profundas que interpelen a los estudiantes, como el COVID-19. Debemos terminar con el discurso de “a los alumnos no les interesa nada”, identificando su interés en sus temas de conversación, en temáticas que circulan en redes sociales, o incluso que mencionan los influencers. Es importante no caer en la tentación de considerar que el interés de los adultos es compartido con los estudiantes, si ellos no ven sentido en lo que están haciendo terminarán trabajando para complacer al profesor sin apropiarse del contenido. 

En relación a las preguntas, estas no deben ser ni muy simples ni muy complejas. Las preguntas que propongamos deben ser entendidas por el estudiante, no deben ser demasiado técnicas y por otro lado, deben responderse con una investigación no con una definición, por ejemplo: ¿influye el consumo de tabaco en la aparición de caries bucal? 

El cierre de la investigación nunca debe quedar entre el grupo y el docente. Idealmente puede ser una presentación oral donde los alumnos, y el docente, puedan hacer preguntas para profundizar el contenido o incluso debatir sobre opiniones opuestas. 

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La formación en pensamiento crítico no puede esperar más, la información que circula por la web no es del todo confiable y pese a que podemos oponernos a las competencias del siglo XXI o quienes las proponen, en ellas encontramos una alternativa para solucionar el problema de consumo acrítico en internet. Si bien la urgencia de una propuesta actualizada de formación docente continua está aún pendiente, contamos con estrategias que nos permiten comenzar a trabajar esta competencia en el aula.

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