Una infancia atravesada por la Literatura

Karina Gómez nos cuenta que desde niña su infancia estuvo atravesada por la imaginación. Esa imaginación se la contagiaron los juegos y los libros que leía.

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La infancia es una etapa muy especial, a la que cada cual la atesora en su corazón, y es por razón que aquellos que trabajamos con niños debemos atenderla de una manera especial. Del estímulo y la motivación que le demos en esta etapa, dependerá su futuro emocional, social y cultural.

De niña mi infancia estuvo atravesada por la imaginación. Esa imaginación me la contagiaron los juegos y los libros que leía. En la década del setenta los libros de cuentos me los ofreció la escuela. A pesar de que las maestras nos leían los libros, como yo sabía leer, me gustaba volver a ellos una y otra vez. Y en cada encuentro con la lectura yo echaba a andar mi imaginación.

Hay muchos libros que atravesaron mi infancia. Un cuento que me hizo cerrar los ojos y soñar fue “La mancha de humedad”, del libro Chico Carlo, escrito por Juana de Ibarbourou en 1945. No olvidaré jamás esa “mancha” en la pared, que me llevaba de la mano del narrador a conocer a Barba Azul y al caballo de Blancaflor; y a pensar las diferentes formas en que se transformaba esa mancha: batallas, castillos, madrigueras. Buscaba la pared de mi cuarto y trataba de imaginar la mancha de humedad, todas las noches antes de apagar la luz.

Es importante que los lectores sepan que, en la época de los setenta, los libros tenían pocas o casi nada de ilustraciones, entonces el relato llevaba a imaginarse lo que te leían o leías por ti mismo.

¡Ni hablar de cómo me enamoré de “Platero y yo”! del autor Juan Ramón Jiménez (1916). Platero fue la identificación más dulce y amorosa con mis mascotas. Lo había adoptado. Esos relatos de Juan Ramón Jiménez me hicieron quererlo y describirlo como una mascota. No voy a olvidar la imagen en mi mente, cuando leí en el Capítulo XII “Susto”, cuando apareció su gran cabeza por la ventana en la comida de los niños, ni de cómo lloré, pidiéndole a la Señorita que cambie el final para que Platero no muriera. De allí me quedó la frase infantil “que todas las mascotas van al cielo”. Así lo sigo creyendo. También se lo digo a cada niño que me dice que perdió a su mascota querida.

A veces pienso que los libros sabían de mi y de mis deseos.

Creo que es por eso, que llegó a mis manos “Los cuentos de la selva”, de Horacio Quiroga (1918). Algunos, a mi corta edad, llegaron a impactarme. Hay uno en especial que me llegó al corazón “La Tortuga Gigante”. Aquel cuento en el que esa enorme tortuga salvaba al hombre de la muerte, tantos valores en una sola fábula. A pesar de que las lecturas se daban en la hora de Lengua en la escuela, no había forma de dejar de leer cuando llegaba a mi casa. Esas ganas de terminar mis rutinas y seguir leyendo, fue el motor que me llevó a transmitirle a mis amigos y a mis hermanos la importancia que tenían para mí, y que podrían tener para ellos, esos textos que llenaban mi mente y mi corazón.

Y llegó así “El libro de las Tierras Vírgenes” de Rudyard Kipling (1894). Con él no sólo reviví toda la historia de Mowgli, criado y educado por una pareja de lobos, sino que me llené del valor de la palabra, del cumplimiento de las leyes de una manada, el amor incondicional, la fidelidad y el agradecimiento hacia la especie humana y animal.

Ese libro me llenó tanto, que cuando fui Directora armé un Proyecto Literario para que todos los alumnos de todos los cursos lo leyeran, a través del maestro o por sí mismos. Sé que muchos docentes y niños fueron felices al acercarse a esta historia tan conmovedora y con tantas enseñanzas. Era hermoso ver en los recreos ver jugar a los chicos a transformarse en Mowgli, Bagheera, Baloo y todos esos personajes tan amados.

¡Y cómo no recordar “Mujercitas”! de Louisa May Alcott, publicado en 1868. No había crecido tanto cuando lo leí por primera vez. Me identificaba con esas imágenes que describían la vida de las cuatro hermanas, que justamente eran apasionadas de la lectura, escritura, el arte ¡todo lo que yo tanto valoraba! Cierro los ojos y puedo ver esas obras de teatro, esas escrituras de Jo (uno de los personajes principales de la historia). De allí me surgió la valentía de escribir, escribir, escribir.

Debo admitir que su final me defraudó como lectora hasta el día de hoy. Es que los libros también producen esas sensaciones y no está mal conversar con los chicos de los finales, que pueden no gustar, que pueden imaginarse de otra manera. Para eso, hay que incentivar en ellos el gusto por la lectura y los espacios de opinión para el intercambio de ideas y guiarlos en esas reflexiones, llevarlos a pensar. La Literatura los ayuda a pensar.

Hoy me doy cuenta, que hubo un hilo conductor desde mi infancia hasta el momento de ser lectora para una audiencia de niños. Ese hilo conductor fueron todos los libros que atravesaron mi infancia. Siempre elijo libros cuyos personajes, se parezcan en algo a aquellos personajes. Que las voces de animales se escuchen, que resalten valores, que les deje siempre esa sensación de “qué lástima que finalizó”. Con la ventaja que se puede volver a leer una y otra vez, como lo hacía yo cuando era una niña.

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