Encontrar una receta para salvarnos de la propia oscuridad

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Hay veces en que el teatro nos atraviesa y llega a mover algunas íntimas fibras, que nos interpela y nos hace asomar a los abismos de la existencia. Eso logra “Ramón no es nombre para un gato blanco”, la última creación del actor y dramaturgo español José Antonio Lucía que se puede ver en Timbre 4 hasta este viernes.

Una clínica clandestina a donde hombres y mujeres acuden no sólo para que les arreglen ciertas cuestiones físicas sino también para obtener un poco de calma a sus cansadas y agobiadas almas. Sujetos que han dado todo lo que tenían por un instante de esperanza, por obtener esa pequeña chispa que aún los haga aferrarse a la vida, por recuperar algo del deseo de vivir. Seres solitarios, fracasados, hundidos que quieren creer que las cosas todavía pueden cambiar, que buscan arreglar tanto la forma como el fondo. Entre fármacos, cirugías y algo de fe se mueven en los vericuetos de una clínica turbia entre la ilusión y el miedo. Botones, aprendiz de médico, es el que atiende a los pacientes mientras éstos le cuentan su vida y sus pesares. Además, será el que reproduzca el discurso de Don Ramón, el oscuro médico y director de la institución cuya ética parece haberla olvidado en algún rincón perdido.

Esa multiplicidad de personajes habita en un solo cuerpo, el de José Antonio Lucía, quien le da vida a seres tan diversos como extraños. Con una gran capacidad para entrar y salir de los diferentes tonos de actuación, construye cada personaje sutilmente pero con la intensidad que cada uno necesita. En esa marea de expresividad, los quiebres y los matices resultan muy interesantes. Si algo sabe hacer Lucía es crear climas. Cada momento tiene el suyo propio, en un abanico que se abre ante los ojos del espectador. Desde la intimidad que genera la noche en una cama de hospital hasta la conmoción que sucede en un pueblo, pasando por muchos otros. El texto, escrito por el mismo actor, avanza como una vorágine y está plagado de imágenes, recupera otros lugares, otros tiempos y otros personajes que, de alguna manera, se enlazan con los de la clínica. Humor, ironía, dolor y oscuridad son los aspectos que se mixturan en el texto y que emocionan e interpelan al espectador. Por otro lado, la puesta es sencilla, unos pocos muebles y objetos que son utilizados en los momentos precisos porque todo se concentra en el trabajo actoral.

“Ramón no es nombre para un gato blanco” habla de la soledad, de la oscuridad que habita en cada ser humano, del dolor de no haber sido lo que creíamos o imaginábamos, de la necesidad de encontrar aquella receta que nos salve, del miedo que ensombrece la mirada, pero también pone en escena el deseo como motor de la vida, la esperanza como último refugio y la luz que puede aparecer en los momentos más inesperados.

Dramaturgia y actuación: Jose Antonio Lucia

Video y fotografía: Félix Méndez

Producción: Murática Teatro

Dirección: Pedro Luis López Bellot

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