- Publicidad -

Por Lucas Esteban Delgado, Director de Sobre Tiza.

Cuando nací, no sabía quién era. Menos mal que tuve a algunas personas mayores que decidieron para mí un nombre, que respondieron a necesidades que no sabía que tenía de la manera que a ellos les enseñaron o que ellos creyeron que era adecuada. Me inculcaron un idioma que no me era propio para poder comunicarme y expresarme acorde a las guías que me ofrecían a medida que iba creciendo: esto sí, esto no, acá sí, acá no, esto para nena, esto para nene, no lo toques, no lo digas, portate bien, ahora jugamos, ahora pensamos, ahora sos uno, ahora sos otro. Adentro es seguro porque afuera hay peligro, hay un otro. Ahora sos, también, alumno. Ve allí donde las gruesas paredes de esos edificios llamados escuelas te protegen de ese afuera y te resguardan para que aprendas cómo debes enfrentarte a ese mundo. Pero recuerda: esto sí, esto no, esto para nena, esto para nene, en casa jugamos, en la escuela pensamos. Ahora hay que pensar.

Entro a la escuela, me invitan a sentarme. Un otro que no conozco me dice que en este lugar voy a aprender. Aquí me van a enseñar qué es y cómo funciona el mundo para que, cuando termine este trayecto, pueda ser un ciudadano, logre insertarme en el mundo del trabajo y crear mi futuro en un mundo que no conocen, y que no saben que quienes lo están creando son ellos mismos. Entonces me invitan a otro espacio más pequeño, donde hay otros que se parecen a mí, no los conozco, pero me dicen que son mis compañeros, que vamos a estar juntos por muchos años si es que todos aprendemos lo que nos enseñan. ¿Qué es enseñar?, me pregunto. No hay respuestas. ¿Por qué todos nos sentamos así, en esta posición? ¿Para qué sirve esa madera pintada de verde, o de negro o de blanco? ¿Vamos a jugar o vamos a pensar? ¿Qué se puede hacer y qué no? ¿Por qué nos vistieron de blanco? Entra una persona a este nuevo espacio, quien también viste de blanco pero no se parece a mí. Nos invita a saludarla. Soy docente, dice. Día difícil porque no entiendo dónde estoy, no comprendo las palabras, me siento vacío, no sé, no sé nada. “Juntos vamos a aprender muchas cosas y yo voy a enseñarles durante todo este año.” ¿Todo el año haciendo lo mismo? Tomó una tiza y escribió su nombre en esa tabla pintada. Nos dijo que se llamaba pizarrón, que estábamos en un aula, sentados en un banco, que todos éramos alumnos, que los que miramos al pizarrón somos compañeros, que los que nos miran son docentes, y que ellos se encargarán de enseñarnos. ¿Qué nos van a enseñar? ¿De qué se trata todo esto? “De que aprendamos todo lo que nos va a servir para el futuro”, ese que nadie conoce y que aterra a todos. La palabra “futuro” se repite mucho. También nosotros, los compañeros, somos ahora “el futuro”. ¡Cuánta responsabilidad! pienso, pero no sé si debo pensar aún. Entonces callo. Callo y escucho. El docente habla y escribe, nos pide que aprendamos las letras, que aprendamos a decir otras palabras. Luego nos dice que existen los números, que representan las cosas, y que las letras y las palabras sirven para plasmar lo que pensamos y lo que sentimos. Pero no sé escribir aún. Entonces tal vez no haya pensado, tal vez no haya sentido nada hasta este momento. ¿Cómo nadie me enseñó antes a escribir, a leer, a poner en números las cosas del mundo? Se llama abstracción, me dijeron muchos años después.

Abstracción supone distancia y generalización, significa separarse del mundo para nombrarlo, implica hablar sobre algo que nunca podremos entender sin esa distancia. Me enseñaron que sin abstracción no podemos nombrar nada de lo que existe porque no es inteligible. Pero al mismo tiempo sigo pensando en “esto sí, esto no, esto lindo, esto feo”. Aprendí lo que me enseñaron, pensé como me enseñaron, logré los buenos resultados que ellos me plantearon, ahora puedo salir al mundo y conocerlo. Pero ese mundo ya cambió, no lo entiendo, no me explicaron esto en esa escuela, no supe mucho acerca de lo que pasaba afuera mientras me enseñaban cómo era el mundo. No quiero perder tiempo, entonces. Quiero y debo ayudar a los más chicos a prepararse para el mundo con el que se van a enfrentar cuando crezcan. Quiero contarles lo que viví para que no les pase lo mismo, que sepan que hay mucha mentira en todo esto, que es una trampa. Para hacerlo debo entrar al “sistema educativo”. Allí es donde estuve durante mi escolaridad. Yo pensaba que estaba en la escuela.

En el sistema educativo se define todo eso que los alumnos deben aprender para enfrentarse al futuro que les tocará vivir. Pero ¿quiénes hacen el sistema educativo? Todos, o nadie. Ya existe. Está ahí, no se puede entrar ni salir, no se puede cambiar sin dejar a la deriva a cientos de miles de alumnos en el camino porque implicaría una frustración para su proceso de aprendizaje, del aprendizaje que el sistema mismo quiere promover. Eso me responden las autoridades. ¿Autoridades? Sí, las que tienen el poder de decidir, los que definen qué se debe aprender y que no. Esto sí, esto no. Acá sí, acá no. Esos no tienen guardapolvo blanco, no son iguales, aunque nunca lo fuimos, era sólo una abstracción. Se trata de una decisión de un otro colectivo que determina cómo son las aulas, qué debemos aprender, qué debemos hacer, cómo debemos sentarnos, cómo debemos obedecer las normas porque éstas son como leyes y las leyes son lo que rige nuestra vida. Somos todos iguales ante la Ley porque la Ley somos todos, abstraídos en la generalidad que nos incluye y permite determinar, más que nunca, el “esto sí, esto no”.

Me siento enjaulado, tengo un nombre que no elijo, aprendí -en un sistema que desconocía- cosas que otros eligieron para mí, para vivir en un mundo que no construí ni puedo modificar solo, que depende de todos y no depende de nadie. Pero puedo pensar aún, siempre y cuando esté en el marco de la Ley, y no sólo de la que está escrita, sino de la Ley Universal, esa que nadie escribe pero que todos reproducimos, que desde chico nos guía: esto sí, esto no, acá sí, acá no, esto para nena, esto para nene, no lo toques, no lo digas, pórtate bien, ahora jugamos, ahora pensamos, ahora sos uno, ahora sos otro, adentro es lindo, afuera es feo, adentro es seguro porque afuera hay peligro, hay un otro.

Lo llaman valores, lo llaman ética, moral, lo llaman educación.

Yo veo un sistema de poder, político, descontextualizado, ideológico, histórico, normalizador. Veo una imposición evidente pero que se concibe inconsciente, natural y para todos, pero cuyas prácticas se reducen a los límites de lo que desde el mismo sistema se establece: esto sí, esto no, reflexión sí, pero silenciosa. Vivir es un acto político. La educación es un acto político. Y no hay política sin sujetos, no hay educación sin sujetos, salvo, claro está, que el sujeto desaparezca.

- Publicidad -

Deja un comentario