Lo que no se dice

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El fuego está listo, la carne a la parrilla se cocina lentamente. La picada en la heladera, la ensalada preparada sobre la mesa y el vino. En ese patio de una casa de las afueras de Buenos Aires, todo está preparado para disfrutar del asado del domingo: el ritual masculino por excelencia. Sin embargo, esta aparente tranquilidad pronto va a estallar con la llegada del invitado.

Vicente Rodríguez está preparando ese asado para agasajar a su amigo y compañero de militancia, Silvio Marconi, quien acaba de salir de la cárcel, donde cumplió una condena por algo que dice no haber hecho. Pero Susana, la mujer de Vicente, será la encargada de poner en escena el conflicto apenas aparezca diciendo claramente que no compartirá la mesa con ese “bu-fa-rra”. Sin tapujos, sin eufemismos, en los primeros minutos de la obra, el público sabrá que algo va a estallar en cualquier momento. Y la tensión se palpa en el ambiente.

El texto de Eugenio Soto delinea con precisión a cada uno de los personajes, incluso con sus contradicciones. Las identidades parecen construirse en un juego de opuestos. Vicente es el tipo de barrio que logró tener un mejor pasar gracias al esfuerzo, al que le gustan las cosas sencillas de la vida. Tiene un empleo como gerente de banco, su familia y una casa arreglada con esfuerzo. Silvio Marconi, presentador de espectáculos de mala muerte, macho bebedor de su “meme”, como llama al Whisky, y padrino del hijo de su amigo, esgrime un machismo a prueba de todo, tildando de “maricón” a todo aquel que no haga lo que él considera que se debe hacer. Macho que penetra todo lo que se le cruce, tentado incluso por las carnes tiernas juveniles, se escuda en un discurso acerca del comportamiento del hombre donde el alcohol y el cigarrillo aparecen como signos de lo masculino. Entre el cinismo y la impunidad, se coloca como aquel que sufre injustamente una condena social que no merece y se victimiza. Amigos y compañeros, los une la complicidad de años compartidos. Machos ambos, el contraste será Ángel, el niño asexuado, amante de las golosinas y fanático de Ricky Martin, que está por tomar la comunión, símbolo de la pureza. Imposibilitado de llamar mamá y papá a sus padres, no encuentra referente para construir su identidad. Por su parte, Susana, casada con un hombre al que ya no ama, buscará refugio en los brazos del carnicero y es la que pondrá el límite al tratar de impedir que ese personaje nefasto se acerque al chico.

La puesta en escena resulta muy interesante porque implica al espectador y lo hace partícipe de ese ritual de domingo. La acción se desarrolla en el patio de Espacio Polonia, donde no hay escenario ni escenografía. El olor a la carne asada los envuelve durante toda la obra. Así como el asado se cocina y se prepara delante de los espectadores, la tensión va aumentando paulatinamente y atraviesa todas las situaciones. Cualquier palabra puede ser el desencadenante del estallido. Efectivamente, otros conflictos van saliendo a la luz a medida que avanza la trama.

El texto va llevando la tensión hasta el final intercalando momentos dramáticos con momentos cotidianos que conllevan humor. De esta manera, se construyen situaciones contradictorias que resultan familiares para el espectador. Los momentos de peleas y discusiones se intercalan con otros donde se come y disfruta del asado. Al igual que en la vida real, parece que a pesar de todo hay que seguir con la normalidad. Entre el humor, la ironía y el drama, la obra construye un retrato de la familia y la sexualidad, donde los lugares comunes tienen un tratamiento que perturba e implica al espectador. El humor sirve como recurso para aliviar esa tensión que corta el aire con cuchillo porque el espectador presiente que lo terrible, lo innombrable, puede suceder en cualquier momento.

La construcción de los personajes y el trabajo actoral merecen un párrafo aparte. En primer lugar la labor de Facundo Cardosi (Silvio), que no cae en los simplismos ni en el estereotipo. Su personaje está lleno de quiebres y matices. Desde el gesto obsceno o la mirada oscura hasta el llanto sentido, provoca reacciones contrapuestas por parte del espectador. Logra construir un personaje que fluye entre lo desagradable y lo lastimoso. Los trabajos de Martín Mir (Vicente), Leilén Araudo (Susana) y Leo Espíndola (Ángel) están muy bien logrados, tienen profundidad y la correcta dirección de actores se nota en esos vínculos construidos.

“Bufarra” está atravesada por los estereotipos de género. El género, como construcción cultural que le asigna determinados atributos o características a los sexos, se vehiculiza también en los discursos, a través de los sentidos que circulan allí. Así, los textos de los personajes masculinos están cargados de significaciones machistas. A su vez, la sexualidad binaria que delimita lo masculino de lo femenino estalla en Ángel, quien representa justamente ese medio, aquello que no se puede definir ni por uno ni por otro. Pero será justamente él, convertido en justiciero, el que se encargará de hacer lo que muchos hubiesen querido y no se animaron. De alguna manera, el último acto de Ángel será redentor. Mientras, esa carne que se cocina a la parrilla, metáfora de las carnes tiernas de los niños, es símbolo de la violencia que se ejerce ante alguien que no puede defenderse. Así, “Bufarra” pone en escena lo que no se dice y cuestiona los tabúes, la moral y las “buenas costumbres” de los machos argentinos que se encuentran en el ritual masculino por antonomasia: el asado.

Ficha técnica

Dramaturgia: Eugenio Soto

Actúan: Leilén Araudo, Facundo Cardosi, Leo Espíndola, Martín Mir, Darío Pianelli

Diseño de vestuario: Lucía Scarselletta

Espacio escénico: Félix Padrón

Diseño de luces: Félix Padrón

Fotografía: Juan Francisco Reato, Franco Vaca Braylan

Diseño gráfico: Juan Francisco Reato

Asistencia de dirección: Mara Beger

Prensa: CorreyDile Prensa

Producción ejecutiva: La Jangada Producciones

Dirección: Eugenio Soto

Espacio Polonia

Fitz Roy 1477 – CABA

Domingo y Lunes, 20.30 hs.

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